Recorría
Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en
el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. (Mateo 9: 35, 36).
En
su ministerio, el Señor continuamente realizaba actos de amor, y cada obrero
del Evangelio debe hacer lo mismo. Él nos ha designado como sus embajadores
para llevar adelante su obra en el mundo. A cada verdadero y abnegado servidor
se le da la comisión: "Id por todo el, mundo y predicad el evangelio a
toda criatura" (Mar. 16:15).
Lean
cuidadosamente la instrucción dada en el Nuevo Testamento. La obra que hizo el
gran Maestro en relación con sus discípulos es el ejemplo que hemos de seguir
en nuestra obra médico-misionera. Pero, ¿hemos seguido este ejemplo? Las buenas
nuevas de la salvación han de ser proclamadas en cada aldea, pueblo y ciudad. Pero,
¿dónde están los misioneros? Pregunto en el nombre de Dios, ¿dónde están los
colaboradores de Dios?
Sólo
mediante un interés generoso en los que tienen necesidad de ayuda es como
podremos dar una demostración práctica de las verdades del evangelio. "Y
si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del
mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos
y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de
qué aprovecha? Así también la fe, si no
tiene obras, es muerta en sí misma" (Sant. 2: 15, 16). "Y ahora permanecen la fe, la esperanza
y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor" (1 Cor. 13: 13).
La
predicación del evangelio es mucho más que un mero sermoneo. El ignorante debe
ser iluminado; el desanimado, levantado; el enfermo, sanado. La voz humana ha
de hacer su parte en la obra de Dios. Las palabras de ternura, simpatía y amor darán
testimonio de la verdad. Oraciones fervientes y de corazón atraerán a los
ángeles.
La
evangelización del mundo es la obra que Dios ha dado a quienes salen en su
nombre. Tienen que ser colaboradores con Cristo, revelando su tierno y
compasivo amor en favor de los que están por perecer.
Review and
Herald, 4 de marzo de 1902. 246 RP/EGW/MHP
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