Tenemos
también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos
como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y
el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. (2 Pedro 1:19).
Los
escritores de la Biblia tuvieron que expresar sus ideas con lenguaje humano.
Fue escrita por seres humanos. Ellos fueron inspirados por el Espíritu Santo.
Debido a las imperfecciones de la comprensión humana del lenguaje, o a la
perversidad de la mente humana, ingeniosa para eludir la verdad, muchos leen y
entienden la Biblia para agradarse a sí mismos.
No
es que la dificultad esté en la Biblia. Los adversarios políticos arguyen
acerca de puntos de la ley en los códigos y defienden puntos de vista opuestos
en su aplicación de esas leyes.
Las
Escrituras fueron dadas a los hombres, no en una cadena continua de
declaraciones ininterrumpidas, sino parte tras parte a través de generaciones
sucesivas, a medida que Dios en su providencia veía una oportunidad adecuada
para impresionar a los hombres en varios tiempos y en diversos lugares. Los
hombres escribieron a medida que fueron movidos por el Espíritu Santo. Primero es el brote, después el capullo y
después el fruto, "primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la
espiga" (Mar. 4: 28). Esto es exactamente lo que son las declaraciones de
la Biblia para nosotros.
No
siempre hay orden perfecto o aparente unidad en las Escrituras. Los milagros de Cristo no se presentan en
orden exacto, sino como ocurrieron las circunstancias que demandaron la
revelación divina del poder de Cristo. Las verdades de la Biblia son como
perlas ocultas. Deben ser buscadas,
extraídas mediante esfuerzos concienzudos. Los que tan sólo dan un vistazo a las Escrituras, con un conocimiento
superficial que piensan que es muy profundo, hablan de las contradicciones de
la Biblia y ponen en duda la autoridad de las Escrituras. Pero aquellos cuyo corazón está en armonía
con la verdad y el deber, escudriñarán las Escrituras con un corazón preparado
para recibir impresiones divinas.
Mensajes selectos, t. 1, pp. 22, 23. 226 RP/EGW
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