Porque no os hemos dado a conocer el poder y la
venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como
habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. (2 Pedro 1:16).
En años pasados, vez tras vez se me pidió que
proteste contra los esquemas fantasiosos y repulsivos presentados por diversas
personas. Mi mensaje ha sido siempre:
Predicad la Palabra con sencillez y humildad; presentad a la gente la verdad
nítida y sin adulterar. No deis acceso a
movimientos fanáticos, porque debido a su influencia se producirá confusión de
las ideas, desánimo y falta de fe entre el pueblo de Dios...
Cuandoquiera que se me ha llamado a enfrentar el
fanatismo en sus diversas formas, he recibido instrucción clara, positiva y
definida en el sentido de alzar la voz contra su influencia. En el caso de algunas personas, el maligno se
ha manifestado en la forma de pruebas de factura humana destinadas a obtener
conocimiento acerca de la voluntad de Dios; se me mostró que esto constituía un
engaño, que se había convertido en una infatuación y que era contrario a la
voluntad del Señor. Si seguimos tales métodos estaremos colaborando con
los planes del enemigo.
En tiempos pasados, algunos creyentes tenían gran fe
en el acto de establecer señales mediante las cuales decidir cuál era su deber.
Algunos tenían tanta confianza en esas señales que llegaron al punto de
intercambiar esposas, introduciendo de este modo el adulterio en la iglesia. Se me ha mostrado que se repetirían los engaños que
tuvimos que enfrentar en las primeras experiencias del mensaje, y que tendremos
que volver a encontrarlos en los días finales de la obra.
En tales circunstancias, se requiere que coloquemos
todas nuestras facultades bajo el control de Dios, ejerciéndolas de acuerdo con
la luz que él nos ha proporcionado. Leed los capítulos cuatro y cinco de Mateo.
Estudiad Mateo 4: 8-10; también el capítulo 5: 13. Meditad acerca de la obra
sagrada que Jesús llevó a cabo. Así es
como debemos introducir en nuestro trabajo los principios de la Palabra de
Dios.
Mensajes selectos, t. 2, p. 32. 239 RP/EGW
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