viernes, 5 de junio de 2020

05. “TESTIGOS DE LA CRUZ”. VI. DIRIGIDOS POR EL ESPÍRITU.


Y vosotros sois testigos de estas cosas. 
He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; 
pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, 
hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. 
(Lucas 24: 48, 49).
Después del derramamiento del Espíritu Santo, e investidos con la armadura divina, 
los discípulos salieron con el propósito de testificar acerca de las maravillosas historias 
del pesebre y de la cruz. Aunque sencillos, estos hombres llevaron la verdad.  
Después de la muerte del Señor, el grupo se sintió desamparado, 
frustrado y desanimado; como ovejas sin pastor.
Sin embargo, ahora salieron a testificar de la verdad sin más armamento que la Palabra 
y el Espíritu de Dios que les dieron el poder para vencer toda oposición. 
El Salvador había sido rechazado, condenado y clavado a una cruz ignominiosa. 
 Los sacerdotes judíos y las autoridades habían declarado con desdén: 
"A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, 
descienda ahora de la cruz y creeremos en él" (Mat. 27: 42).
Sin embargo, aunque la cruz fue un instrumento de tortura y vergüenza, 
llegó a ser símbolo de esperanza y salvación para el mundo.
Los creyentes fueron reanimados; la desesperanza y la sensación de desamparo los abandonó.  Entonces, y en virtud de que ahora estaban unidos por los lazos del amor de Cristo, el carácter les fue transformado.  Desprovistos de riquezas, y aunque por la manera de expresarse, los demás los consideraban como pescadores ignorantes, en virtud de la obra del Espíritu Santo llegaron a ser poderosos testigos de Cristo.
Sin honras terrenas o reconocimiento social, fueron héroes de la fe.  
De sus labios brotaron elocuentes palabras divinas que estremecieron al mundo.
Los capítulos tercero, cuarto y quinto de Hechos registran los detalles de su testificación. Los que rechazaron y crucificaron al Salvador esperaban que los desanimados y cabizbajos discípulos volvieran las espaldas al Señor.
Sin embargo, atónitos tuvieron que escuchar el audaz testimonio 
que ellos dieron con el poder del Espíritu Santo.
Las palabras y obras de los apóstoles representaron tan bien las expresiones y el ministerio de su Maestro, que los demás no pudieron menos que reconocer que hablaban en forma semejante a Cristo como resultado de haber aprendido de él.
"Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, 
y abundante gracia era sobre todos ellos" (Hech. 4: 33).
EGW 1888 Materials, p. 1543. 168 RP/EGW

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