martes, 16 de mayo de 2017

I. LA VENIDA DEL ESPÍRITU: 21. “EL ESPÍRITU SE MUEVE EN NUESTRO MEDIO”


En esto conocemos que pertenecemos en él, 
y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.
 (1 Juan 4: 13). 

Aunque no podamos ver al Espíritu de Dios, sabemos que bajo su acción el hombre, que estaba muerto en transgresiones y pecados, es convencido y convertido.  El descuidado y díscolo llega a ser serio.  El endurecido se arrepiente de sus pecados, y el que no tiene fe se hace creyente. El jugador, el borrachín y el licencioso se vuelve firme, sobrio y puro. 
El rebelde y obstinados llega a ser dócil y semejante a Cristo.  
 Cuando observamos estos cambios, podemos estar seguros de que el poder transformador de Dios ha convertido a esa persona. 

No vemos al Espíritu, pero sí es posible captar las evidencias de su obra que cambia el carácter del más endurecido y obstinado de los pecadores. Así como el viento mueve con su fuerza al más elevado de los árboles y los derriba, del mismo modo el Espíritu Santo puede actuar en el corazón humano, sin que ningún hombre finito pueda circunscribir la obra de Dios. 

Su Espíritu se manifiesta en cada persona de maneras diferentes. Aunque algunos tiemblen ante el poder de Dios y el de su Palabra, sus convicciones llegan a ser tan profundas que, aun cuando estalle en su corazón un huracán o una agitación de sentimientos, su ser entero se postra inconmovible ante el poder convincente de la verdad. 

Cuando el Señor perdona al pecador arrepentido, éste se llena del. amor de Dios, de fervor y de energía. Al ser recibido, el Espíritu que da vida no puede ser reprimido. Cristo en él es una fuente de agua que brota para vida eterna. Sus sentimientos de amor son tan hondos y ardientes como lo fue su angustia y agonía. Se asemeja a una fuente profunda que se rompe y se derrama en acción de gracia y alabanza, en agradecimiento y felicidad; hasta las arpas celestiales sintonizan con sus notas de regocijo. 
La historia que tiene para relatar no la cuenta de un modo conciso, común y metódico. 
Es un creyente rescatado por los méritos de Cristo Jesús, y su ser entero se conmueve con la realización de la salvación de Dios.
Review and Herald, 5 de mayo de 1896. 32
(Recibiréis Poder de E.G. de White) 

lunes, 15 de mayo de 2017

I. LA VENIDA DEL ESPÍRITU: 20. “EL ESPÍRITU NOS HACE HIJOS DE DIOS”


Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8: 14).

 Cristo ocupó su lugar entre los hombres como oráculo de Dios. Habló como quien tiene autoridad, dirigiéndose a la gente con expresiones vigorosas, y exigiendo fe implícita y obediencia. Como pueblo, hemos fundamentado nuestra fe sobre principios establecidos en la Biblia.
 También empeñamos mente y corazón para obedecer la Palabra de vida, y para seguir un "Así dice el Señor". Toda nuestra esperanza presente y futura depende de nuestro parentesco con Cristo y con Dios. Pablo se expresa con vigor para confirmar nuestra fe al respecto. 

A quienes son guiados por el Espíritu de Dios y en cuyos corazones habita la gracia de Cristo, el apóstol les dice: "El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Rom. 8: 16, 17). "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!" (Rom. 8: 15). 

Somos llamados por Cristo para salir del mundo con el propósito de ser diferentes. Fuimos convocados para practicar la santidad, teniendo nuestro corazón continuamente cerca de Dios y al Espíritu Santo permaneciendo en nosotros. Todo verdadero creyente manifestará con sus hechos que la gracia del amor de Cristo está en su corazón. 

Donde una vez hubo desconocimiento de Dios, será evidente la coparticipación con él. Donde hubo manifestaciones de la naturaleza carnal, ahora se verán los atributos divinos. Sus hijos deben llegar a ser obreros de la justicia y buscar al Señor en forma continua para que les agrade hacer su voluntad.  

Esto los hará completo en Cristo. Con sus vidas manifestarán a los ángeles, a los hombres y a los mundos no caídos que han sido conformados a la voluntad de Dios, y que son leales adherentes de los principios de su reino. Habitando el Espíritu Santo por la fe en sus corazones, entrarán en relación con Cristo y los unos con los otros. Así se producirán en ellos los preciosos frutos de la santidad.
Review and Herald, 19 de agosto de 1909. 31 
(Recibiréis Poder de E.G. de White)

I. LA VENIDA DEL ESPÍRITU: 19. “EL ESPÍRITU INTERCEDE POR NOSOTROS”


Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos. (Romanos 8: 27). 

Para aproximamos a Dios tenemos un sólo canal. Nuestras oraciones pueden acceder a él por intermedio del único nombre: el de Jesús, nuestro abogado. 
El Espíritu debe inspirar nuestras peticiones. En el santuario, ningún fuego extraño era utilizado en los incensarios que se agitaban delante de Dios. Siendo así, únicamente el Señor puede encender un deseo ardiente en el corazón, si es que deseamos que nuestras oraciones resulten aceptables. 

El Espíritu Santo es el que debe hacer la intercesión en nuestro favor, y la realiza con gemidos que nadie puede reproducir. Un profundo sentido de la necesidad, y un gran deseo de recibir lo que pedimos, debe caracterizar a nuestras oraciones; de lo contrario, no serán escuchadas. Sin embargo, no deberíamos cansarnos de expresar nuestras plegarias porque no recibimos una respuesta inmediata. 

 "El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan" 
(Mat. 11: 12). 
Esta violencia quiere decir ahínco santo, semejante al que manifestó Jacob. No es necesario que intentemos producir en nosotros una emoción intensa. En nuestras peticiones debemos insistir ante el trono de la gracia en forma tranquila y persistente. 

 Tenemos que humillarnos delante de Dios, confesar nuestros pecados y con fe acercarnos a él. El Señor respondió las peticiones de Daniel, no para que él se ensalzara, sino para que la bendición pudiera reflejar la gloria de Dios. El designio del Señor es darse a conocer mediante su providencia y su gracia. 

Las oraciones son para glorificar a Dios y no para nuestra exaltación personal. Cuando consideremos que somos débiles, ignorantes y desvalidos como realmente somos, nos acercaremos a él como humildes suplicantes. 
El desconocimiento de Dios y de Cristo crea el orgullo y la justificación propia. El infalible indicador de que el hombre no conoce al Señor es su sentimiento de que es grande o bueno. El corazón orgulloso siempre estará asociado con la indigencia. 

Cuando a Daniel se le dio a conocer la gloria divina, exclamó: "No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento" (Dan. 10: 8). Cuando el ser humilde que busca a Dios ve como él es, al instante se verá a sí mismo como Daniel. En lugar de la vanidad humana, desarrollará un profundo sentido de la santidad de Dios y de la justicia de sus exigencias. El fruto de esta experiencia se manifestará en una vida de renunciamiento propio y de sacrificio personal.
 Review and Herald, 9 de febrero de 1897. 30
(Recibiréis Poder de E.G. de White)


I. LA VENIDA DEL ESPÍRITU: 18. “EL ESPÍRITU ES NUESTRO AYUDADOR”


El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero él Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles. (Romanos 8: 26). 

El Espíritu Santo formula toda oración sincera. Descubrí que en todas mis intercesiones, interviene por mí y por cada uno de los santos. Su mediación siempre estará fundamentada en la voluntad de Dios, y nunca tendrá el propósito de avalar lo que está en contra de sus designios. "El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad" 
 (Rom. 8:26). 

Siendo Dios, el Espíritu conoce la mente del Altísimo. Por lo tanto, en cada oración, ya sea en favor de los enfermos u otras necesidades, la voluntad de Dios ha de ser respetada. "¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor. 2: 11). 

Si deseamos ser enseñados por Dios, deberemos orar conforme a su voluntad revelada, y estar dispuestos a sometemos a sus designios, porque los desconocemos. Cada súplica debe estar de acuerdo con los deseos de Dios, confiando en su preciosa Palabra, y creyendo que Cristo se dio a sí mismo por sus discípulos. El registro dice: "Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20: 22). 

Jesús está esperando soplar sobre todos sus discípulos con el propósito de darles la inspiración santificada de su Espíritu y transmitir a sus pueblo su propia influencia vitalizadora. También desea que entendamos la imposibilidad de servir a dos señores. Nuestros intereses no pueden estar divididos. 

 Cristo quiere vivir y actuar por intermedio de las facultades y habilidades de sus agentes humanos. La voluntad debe cooperar con la suya y actuar con su Espíritu, puesto que ya no son ellos los que viven, sino Cristo en los suyos. Jesús desea grabar en sus hijos la idea de que, al darles el Espíritu Santo, les concede la misma gloria que el Padre le había dado, para que él y su pueblo sean uno en Dios. Nuestros deseos y nuestra voluntad deben estar sujetos a la suya, puesto que él es justo, santo y bueno.
Signs of the Times, 3 de octubre de 1892. 29 
 (Recibiréis Poder de E.G. de White) 

09. “LA SANGRE DE CRISTO Y SU JUSTICIA PURIFICA NUESTRA ADORACIÓN”

Ahora Bien, El Punto Principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la ...