martes, 30 de julio de 2019

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 28. SANTIDAD.


Seguid la paz con todos, y la santidad, 
sin la cual nadie verá al Señor.
 (Hebreos 12: 14).

Desde la eternidad Dios escogió para el hombre la opción de la santidad.  "La voluntad de Dios es vuestra santificación". El eco de su voz llega hasta nosotros, diciéndonos: "Más santo, aún más santo". Nuestra respuesta siempre debería ser: "Sí, Señor, más santo todavía".

Al nacer, nadie recibe la santidad como un derecho o como un regalo que otra persona pueda darle. 
La santidad es un don que recibimos de Dios por intermedio de Cristo. 

Los que aceptan al Salvador llegan a ser hijos espirituales de Dios. Constituyen sus hijos nacidos de nuevo, renovados en la justicia y en la verdadera santidad. Su mente cambia. Y al producir la renovación de la visión, pueden contemplar las realidades eternas. Gracias al Espíritu Santo, al ser adoptados en la familia de Dios son transformados de gloria en gloria, a su semejanza.  Después de haber cultivado el amor al yo como algo supremo, ahora dedican al Padre y a Cristo todo su amor.

"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo".  Justificar quiere decir perdonar. Al ser purgado de las obras muertas, el corazón queda en condiciones de recibir todas las bendiciones. 

"Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad".  "Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo".

El amor de Dios abrigado en el corazón, y manifestado por medio de las palabras y las acciones, hará más para elevar y ennoblecer a los seres humanos que cualquier otro recurso. 

Este amor encuentra completa y total expresión en la vida de Cristo. 
Sobre la cruz, el Salvador hizo expiación por la raza caída.

 La santidad es fruto de ese sacrificio. Por su muerte se nos pudo hacer la promesa de este gran don. El mayor anhelo de Cristo es otorgarnos la santidad. Desea hacemos partícipes de su naturaleza. Quiere salvar a los que se separaron de Dios por su propia cuenta.  Los insta a que escojan servirlo y se entreguen completamente a él, para que puedan aprender del Señor cómo hacer la voluntad de Dios.
 Signs of the Times, 17 de diciembre de 1902.
 RP EGW 99

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 27. PIEDAD.


Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, 
porque le llevó Dios. (Génesis 5: 24).

La piedad es el fruto del carácter cristiano. Si permanecemos en la vid, produciremos los frutos del Espíritu. La vida de la vid se manifiesta por intermedio de los sarmientos. Debemos mantener una estrecha e íntima relación con el cielo si deseamos poseer la virtud de la piedad. Si deseamos reflejar su imagen, y queremos demostrar que somos hijos e hijas del Altísimo, en nuestros hogares Jesús debe ser huésped y miembro de la familia.

La religión en el hogar es fundamental. Si el Señor habita entre sus integrantes, sentiremos que somos miembros de la familia celestial. El ser conscientes de que hay ángeles del cielo que nos observan, contribuirá para que seamos amables y pacientes. Necesitamos prepararnos para entrar en las cortes celestiales, y para ello debemos cultivar la cortesía, la piedad, la conversación santa y centrar los pensamientos en temas de origen celestial.

Enoc caminó con Dios. Honró al Señor en cada asunto de su 
vida. En el trabajo o en el hogar, siempre preguntaba: "¿Agradará esto al Señor?" 

Al tener en mente a Dios y al aceptar sus consejos, fue produciéndose la transformación del carácter de tal manera que lo convirtió en un hombre piadoso, cuya vida agradó al Señor. Tenemos la exhortación de añadir a la piedad, afecto fraternal. ¡Oh, cuánto necesitamos avanzar en esta dirección para poder sumar dicha virtud al carácter! 

 En muchos hogares predomina un espíritu duro y combativo. Las expresiones de crítica y las acciones desprovistas de bondad son una ofensa a Dios.  

Las órdenes dictatoriales arrogantes, y las conductas dominantes no son aceptables en el cielo. La razón por la cual existen tantas diferencias entre los hermanos, es porque se han equivocado al no añadir a su carácter la bondad fraternal. Deberíamos manifestar por los otros el mismo amor que Cristo siente por nosotros.
El Señor del cielo considera al ser humano de gran estima. Pero si una persona no es bondadosa en el seno de su propia familia, no está en condiciones para participar del hogar celestial. Si está contenta con su manera de ser, sin importarle las heridas causadas por su trato, no podrá sentirse feliz en el cielo, a menos que allí pueda gobernar. La paz de Dios permanecerá en el hogar sólo si permitimos que el amor de Cristo tenga el control del corazón. Review and Herald, 21 de febrero de 1888. RP EGW 98

martes, 16 de julio de 2019

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 26. CONFIANZA.


No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón. (Hebreos 10: 35).

El apóstol Juan escribe: "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho" (1 Juan 5: 14, 15).  

Transmitámosle a la gente estas promesas para que sus conceptos se amplíen y su fe crezca. Deberíamos instarla a pedir las riquezas de su gracia con insistencia, y a esperar sin dudar, ya que por intermedio de Jesús podemos entrar a la cámara de audiencias del lugar santísimo.  Gracias a sus méritos tenemos acceso al Padre por intermedio del Espíritu.

¡Oh, que podamos tener una experiencia más profunda en la oración! Aproximémonos a Dios con toda confianza sabiendo que contamos con la presencia y el poder de su Santo Espíritu. Al confesar nuestros pecados, en el momento que lo solicitemos, podemos tener la certeza del perdón de nuestras transgresiones basados únicamente en su promesa. Necesitamos ejercer fe, y expresar la verdad con ahínco y humildad. Sin embargo, desprovistos del Espíritu Santo nunca podremos hacerlo. 

 Por eso, negando al yo y dejando de cultivar la exaltación propia, con toda sencillez deberíamos buscar al Señor para solicitar el Espíritu Santo, así como un niño pide pan a sus padres.
Debemos hacer la parte que nos corresponde: aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal.  Al permanecer bajo la cruz del Calvario podremos "mirar para vivir".  

Dios apartó a sus hijos para sí mismo, y, en la medida que se relacionen con él, recibirán poder para prevalecer. 

Por nosotros mismos nada podemos hacer. Pero, por intermedio de su Santo Espíritu, se imparten al creyente la vida y la luz para que pueda llenarse de un deseo vehemente y sincero de Dios y de su santidad.  Gracias a que el Dios del cielo nos ama, vistiéndonos de su justicia, Cristo nos conduce al trono de la misericordia. Seríamos ciegos y tercos al dudar de que su corazón está de nuestra parte.  Mientras el Intercesor, Jesús, aboga en el cielo en nuestro favor, el Espíritu Santo actúa en nosotros así el querer como el hacer por medio de su buena voluntad. Todo el cielo está interesado en la salvación del creyente. Entonces, ¿qué razones tenemos para dudar de que el Señor desea ayudarnos? 
Signs of the Times, 3 de octubre de 1892. 97

lunes, 15 de julio de 2019

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 25. OBEDIENCIA.



Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera 
de vivir (1 Pedro 1: 14, 15).

¿Qué es lo que Dios exige?  Perfección, y nada menos que perfección.  Pero, si fuéramos perfectos, no deberíamos confiar en nosotros mismos.  Diariamente tenemos que entender y recordar que no podemos apoyarnos en el yo.  Necesitamos aferramos a las promesas de Dios con una fe vigorosa.  Con una cabal comprensión de nuestra impotencia debemos pedir el Espíritu Santo.  Entonces, cuando el Espíritu actúe no nos atribuyamos la gloria a nosotros mismos.  Este Agente divino gratuitamente cuidará de nuestro corazón con el fin de exponerlo a los brillantes rayos del Sol de Justicia.  Por intermedio de la fe seremos guardados por el poder de Dios.

Cuando estemos diariamente bajo el control de su Espíritu, seremos el pueblo que guarda los mandamientos.  Podremos mostrar al mundo que la obediencia a las órdenes divinas tiene su recompensa ahora, y en la bendita vida futura.  A pesar de nuestra profesión de fe, el Señor, que pesa nuestras acciones, nos ve como una imperfecta representación de Cristo.  Nos dice que semejante situación no nos permite glorificarlo a él.

Entregar todo el ser a Dios es más que un simple compromiso.  Significa que debemos vivir y andar por la fe, sin ánimo de confiar ni de glorificar nuestro propio yo, sino mirando a Jesús, nuestro Abogado, Autor y Consumador de la fe.  El Espíritu Santo desea obrar en el corazón del contrito, pero nunca podrá hacer algo en los que se consideran importantes y justos.  En su propia sabiduría piensan que podrían reformarse a sí mismos.  El Espíritu de Dios puede obrar únicamente si el yo no se interpone.

¿En qué reside nuestra dependencia? ¿Dónde está nuestra ayuda?  La Palabra de Dios nos dice: "Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Juan 14: 26). 

El Espíritu Santo está listo para cooperar con el que está dispuesto a recibirlo y a ser enseñado por él.  Todo los que se apoyan en la verdad y son santificados por intermedio de ella, están unidos a Cristo y en condiciones de representarlo en palabra y acción. 
Manuscript Releases, t. 12, pp. 52, 53. RP EGW

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 24. BELLEZA EXTERIOR.


No tiene temor de la nieve por su familia, porque toda su familia está vestida de ropas dobles.  Ella hace tapices; de lino fino y púrpura es su vestido. (Proverbios 31: 21-23).

Educar, educar, educar.  
Los padres que recibieron la verdad deben formar sus hábitos y prácticas en armonía con la dirección que Dios ha dado. El Señor desea que todos recordemos que el servicio a Dios es puro y santo. Por lo tanto, los que reciben la verdad deben ser santificados por el Espíritu en temperamento y corazón, en la conversación, en la vestimenta y en el hogar, para que los invisibles ángeles de Dios puedan ministrar a los que serán herederos de la salvación.

Todos los que se unen a la feligresía deberían mostrar las evidencias de la transformación del carácter, que se manifiesta por la reverencia hacia las cosas santas. Todo el ser tiene que estar moldeado conforme al refinamiento de Cristo. Deberían ser lo suficiente humildes para recibir instrucciones en todos los aspectos en que son descuidados, y que pueden y deben cambiar.  Tienen que ejercer una influencia cristiana. Los que no manifiestan cambios en palabras y comportamiento, ni en la vestimenta o en su hogar, están viviendo por su propia cuenta y no en Cristo. No son nuevas criaturas en Cristo Jesús. No gozan de la purificación del corazón y de todo lo que los rodea.

Los cristianos serán juzgados por los frutos que produzca la obra de reforma. Mostrarán el efecto que produjo en ellos cada verdad. El que llega a ser hijo de Dios debe practicar hábitos de orden y limpieza. Por pequeña que sea, cada acción ejerce su influencia. El Señor desea que cada ser humano sea un agente por intermedio del cual Cristo pueda manifestar el Espíritu Santo. No hay razón para que los cristianos sean indiferentes o descuidados con relación a su apariencia exterior.  Deben ser pulcros y estar bien arreglados, pero sin adornos. Interior y exteriormente también deben ser puros. 
Testimonies to Southern África, p. 87. 
RP EGW
 

09. “LA SANGRE DE CRISTO Y SU JUSTICIA PURIFICA NUESTRA ADORACIÓN”

Ahora Bien, El Punto Principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la ...