Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en
la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla
llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
(Apocalipsis 1: 9).
Las apariencias externas indicaban que los enemigos
de la verdad estaban triunfando, pero, invisible, la mano de Dios se movía en
la oscuridad.
El Señor permitió que su siervo fuera puesto donde
Cristo pudiera darle, una revelación de sí mismo más maravillosa que la que
alguna vez hubiera recibido; donde le fuera posible recibir una iluminación más
preciosa para la iglesia. Permitió que fuera confinado en la soledad, para que
su oído y su corazón pudieran estar más plenamente preparados para escuchar y
recibir las revelaciones que se le darían.
El hombre que envió a Juan al exilio no fue relevado
de su responsabilidad en esto, pero fue un instrumento en las manos de Dios
para llevar a cabo sus propósitos eternos. El esfuerzo para extinguir la luz
destacó la verdad en marcado relieve.
Juan fue privado de la compañía de sus hermanos,
pero ningún hombre podía apartarlo del compañerismo de Cristo. Una gran luz
procedente de Jesús había de brillar sobre su siervo. El Señor cuidaba a su
desterrado discípulo, y le dio una maravillosa revelación de sí mismo.
Juan el amado fue ricamente favorecido. Con los
demás apóstoles había caminado y hablado con Jesús, aprendiendo de él, y
deleitándose con sus palabras. Su cabeza a menudo había descansado sobre el
pecho del Salvador. Pero también debía verlo en Patmos.
Dios, Cristo y la hueste celestial fueron los
compañeros de Juan en la solitaria isla, y de ellos recibió instrucción de
infinita importancia. Allí escribió las
visiones y revelaciones que recibió de Dios, y que se refieren a lo que
ocurrirá en las escenas finales de la historia de esta tierra.
Cuando su voz no pudiera testificar más acerca de la
verdad, los mensajes que se le dieron en Patmos debían brillar como una lámpara
encendida. Gracias a ellos, hombres y mujeres están conociendo los propósitos
de Dios, no meramente acerca de la nación judía, sino con respecto a toda
nación sobre la tierra. Signs of the Times, 22 de marzo de 1905. 285 RP/EGW/MHP
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