Y
dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas
no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega
sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón
entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. (Isaías 6:9,10).
El
deber del profeta era claro; debía levantar su voz en protesta contra los males
prevalecientes. Pero temía emprender la tarea sin alguna seguridad de
esperanza. Preguntó: "¿Hasta cuándo, Señor?" (vers. 11). ¿Es que
ninguno de tus hijos escogidos va a entender, arrepentirse y ser sanado?
El
peso que sentía por el errante Judá no debía ser soportado en vano. Su misión
no iba a quedar completamente desprovista de frutos. Sin embargo, los males que
habían ido multiplicándose durante muchas generaciones no podían eliminarse en
su tiempo. A lo largo de toda su vida debió ser un maestro paciente, valiente;
tanto un profeta de esperanza como también de condenación.
Finalmente
se lograría el propósito divino, se vería todo el fruto de sus esfuerzos y de
las labores de todos los mensajeros fieles a Dios. Un remanente sería salvo.
Para que esto sucediera, debía entregarse a los rebeldes mensajes de
advertencia y súplica. El Señor declaró: "Hasta que las ciudades estén
asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha
un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado
los lugares abandonados en medio de la tierra" (Isa. 6: 11, 12).
Los
terribles juicios que caerían sobre los impenitentes
-la guerra, el exilio, la opresión, la pérdida de poder y de prestigio entre las naciones-, todo esto sobrevendría para que los que reconocieran la mano de un Dios ofendido pudieran ser guiados al arrepentimiento.
Las diez tribus del reino del norte pronto serían esparcidas entre las naciones, y sus ciudades quedarían desoladas; los ejércitos destructores de las naciones hostiles arrasarían su tierra vez tras vez; aun Jerusalén finalmente caería, y Judá sería llevada cautiva. Sin embargo, la tierra prometida no quedaría completamente desamparada para siempre.
Review and Herald, 11 de marzo de 1915. 269 RP/EGW/MHP
-la guerra, el exilio, la opresión, la pérdida de poder y de prestigio entre las naciones-, todo esto sobrevendría para que los que reconocieran la mano de un Dios ofendido pudieran ser guiados al arrepentimiento.
Las diez tribus del reino del norte pronto serían esparcidas entre las naciones, y sus ciudades quedarían desoladas; los ejércitos destructores de las naciones hostiles arrasarían su tierra vez tras vez; aun Jerusalén finalmente caería, y Judá sería llevada cautiva. Sin embargo, la tierra prometida no quedaría completamente desamparada para siempre.
Review and Herald, 11 de marzo de 1915. 269 RP/EGW/MHP
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