Cuando Cristo dio a sus discípulos la promesa
del Espíritu, se estaba acercando al fin de su ministerio terrenal. A la sombra de la cruz estaba con una
comprensión plena de la carga de culpa que estaba por recaer sobre él como
portador del pecado. Antes de ofrecerse
a sí mismo como víctima destinada al sacrificio, instruyó a sus discípulos en
cuanto a la dádiva más esencial y completa que iba a conceder a sus seguidores;
el don de los recursos inagotables de su gracia.
"Y yo rogaré al Padre" -dijo
él-, "y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el
mundo no puede recibir porque no le ve, ni le conoce, pero vosotros lo
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (Juan 14: 16,
17). El Salvador estaba señalando de
antemano el tiempo cuando el Espíritu Santo, como su representante, vendría
para realizar una obra poderosa. El mal
que se había estado acumulando durante siglos, habría de ser resistido por el
divino poder del Espíritu Santo...
La promesa del Espíritu Santo no se limita a
ninguna edad ni raza. Cristo declaró que
la influencia divina de su Espíritu estaría con sus seguidores hasta el
fin. Desde el día de Pentecostés hasta ahora,
el Consolador ha sido enviado a todos los que se han entregado plenamente al
Señor y a su servicio. A todo el que ha
aceptado a Cristo como su Salvador personal, el Espíritu Santo ha venido como
consejero, santificador, guía y testigo.
Cuanto más cerca de Dios han andado los creyentes, más clara y
poderosamente han testificado del amor de su Redentor y de su gracia
salvadora. Los hombres y mujeres que a
través de largos siglos de persecución y prueba gozaron en sus vidas de una
medida de la presencia del Espíritu, se destacaron como señales y prodigios en
el mundo. Revelaron ante los ángeles y
los hombres el poder transformador del amor redentor.-
Los hechos de los apóstoles, pp. 39, 40.
Los hechos de los apóstoles, pp. 39, 40.
(Recibiréis Poder de
E.G. de White
)
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