Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos,
los intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en
libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido
tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. (Hechos 5: 40, 41).
Cuando Dios actúa sobre los corazones de los hombres para atraerlos a
Cristo, parece que una fuerza impulsara. Los insta a creer y a entregarse a la
influencia del Espíritu de Dios. Pero, si no mantienen la preciosa victoria que
Dios les dio, y permiten que revivan prácticas y hábitos antiguos, y se
entregan a las diversiones o al lujo mundanal; y además, si descuidan la
oración y cesan de resistir al mal, aceptarán las tentaciones de Satanás, y
entonces serán conducidos a dudar de la realidad de su experiencia anterior.
Encontrarán que son débiles en poder moral, y Satanás les dirá que no vale la
pena tratar de intentar vivir una vida cristiana. También les dirá: "La
experiencia que pensaron que era de Dios fue sólo el resultado de una emoción e
impulsos excesivos".
Tan pronto como el agente humano piensa en estas sugerencias del
maligno, comienza a parecerle plausible; entonces, los que debieran saber
mejor, los que han tenido más experiencia en la obra de Dios, siguen las
sugerencias de Satanás y, como consecuencia, el Espíritu Santo es entristecido
hasta alejarse del creyente. Algunos llegan a esta posición casi
imperceptiblemente y se recuperarán inmediatamente cuando se den cuenta de lo que
están haciendo; pero hay otros que continúan resistiendo al Espíritu Santo,
hasta que la resistencia les parece una virtud.
Es peligroso dudar de las manifestaciones del Espíritu Santo; porque si
se duda de él, no queda en reserva otro poder mediante el cual se pueda obrar
sobre el corazón humano. Los que atribuyen la obra del Espíritu Santo a agentes
humanos, diciendo que una influencia indebida los presionó, están separándose
de la fuente de bendiciones.- Review and Herald, 13 de febrero de 1894. 329 RP/EGW/MHP
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