Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo,
contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (Efesios 6:12).
La vida del cristiano es una lucha. Pero "no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes". En este conflicto de la justicia contra
la injusticia, sólo podemos tener éxito mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe ser sometida a
la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la divina. Esto
traerá al Espíritu Santo en ayuda nuestra, y cada conquista tenderá a la
recuperación de la posesión comprada por Dios y a la restauración de su imagen
en el creyente.
El Señor Jesús actúa mediante el Espíritu Santo, pues éste es su
representante. Por su medio infunde vida espiritual en el corazón, avivando sus
energías para el bien, limpiándolo de la impureza moral, y dándole idoneidad
para su reino. Jesús tiene grandes bendiciones para otorgar y ricos dones para
distribuir entre los hombres. Es el Consejero maravilloso, infinito en
sabiduría y fuerza, y si queremos reconocer el poder de su Espíritu y
someternos a ser amoldados por él, nos haremos completos en él. ¡Qué
pensamiento es éste! En Cristo "habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad, y vosotros estáis completos en él" (Col. 2: 9, 10).
El corazón humano nunca conocerá la felicidad hasta que se someta a ser
amoldado por el Espíritu de Dios. El Espíritu conforma la vida renovada al
modelo, Jesucristo. Mediante la
influencia del Espíritu, se transforma la enemistad hacia Dios en fe y amor, el
orgullo en humildad. El creyente percibe la belleza de la verdad, y Cristo es
honrado por la excelencia y perfección del carácter. Al efectuarse estos
cambios, prorrumpen los ángeles en arrobado canto, y Dios y Cristo se regocijan
por los que fueron convertidos a la semejanza divina. Mensajes para los
jóvenes, pp. 53, 54. 347 RP/EGW/MHP