Trayendo
a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu
abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. (2
Timoteo 1: 5).
La
obra de la madre es la tarea que Dios le dio: criar a sus hijos en disciplina y
amonestación del Señor. El amor y el respeto a Dios debieran mantenerse siempre
ante sus tiernas mentes. Cuando se los corrija, hay que enseñarles a sentir que
es Dios quien los amonesta, y que le desagradan el engaño, la mentira y la
maldad. De este modo, las mentes de los pequeños pueden estar tan conectadas
con el Creador que todo lo que hagan o digan tendrá referencia a su gloria; en
años posteriores no serán como una caña agitada por el viento, oscilando
siempre entre las inclinaciones y el deber.
Si
durante sus años tiernos la mente de los niños se llena de imágenes placenteras
de verdad, de pureza y de bondad, se formará en ellos el gusto por lo que es
puro y elevado, y su imaginación no será fácilmente corrompida o contaminada.
En cambio, si se sigue la conducta opuesta, si la mente de los padres se espacia continuamente en escenas viles, si su conversación se explaya sobre rasgos defectuosos de carácter, y si forman el hábito de quejarse por la conducta de otros, los pequeños aprenderán las palabras y expresiones de desprecio, y seguirán el ejemplo perjudicial. En su vida futura, esa mala impresión se adherirá a ellos como una mancha de lepra.
En cambio, si se sigue la conducta opuesta, si la mente de los padres se espacia continuamente en escenas viles, si su conversación se explaya sobre rasgos defectuosos de carácter, y si forman el hábito de quejarse por la conducta de otros, los pequeños aprenderán las palabras y expresiones de desprecio, y seguirán el ejemplo perjudicial. En su vida futura, esa mala impresión se adherirá a ellos como una mancha de lepra.
Las
semillas sembradas en la infancia por una madre cuidadosa y temerosa de Dios
producirán árboles de justicia que florecerán y darán fruto. Las lecciones
dadas por precepto y por ejemplo por un padre temeroso de Dios, con el tiempo
producirán, como en el caso de José, una cosecha abundante.
¿Analizarán
los padres su obra de educar y adiestrar a sus hijos, y considerarán si han
cumplido todo su deber con esperanza y fe para que estos niños lleguen a ser
una corona de gozo en el día del Señor?
¿Habrán
trabajado por el bienestar de sus hijos de tal manera que Jesús, mediante el
don de su Espíritu, al mirarlos desde el cielo pueda santificar sus esfuerzos?
Padres,
de ustedes depende el preparar a sus hijos para ser de máxima utilidad en esta
vida, y para compartir con ellos al final la gloria que ha de venir.
Good
Health, 1º de enero de 1880. 217 RP/EGW
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