Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones
piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó
la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia
lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos
todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en
nuestra lengua en la que hemos nacido? (Hechos 2: 5-8).
"Y se les aparecieron lenguas repartidas, como
de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
daba que hablasen" (Hech. 2: 3, 4).
El Espíritu Santo, asumiendo la forma de lenguas de
fuego, descansó sobre los que estaban congregados. Esto era un emblema del don
entonces concedido a los discípulos, que los habilitaba para hablar con
facilidad idiomas antes desconocidos para ellos. La apariencia de fuego
significaba el celo ferviente con que los apóstoles iban a trabajar, y el poder
que iba a acompañar su obra.
"Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones
piadosos, de todas las naciones bajo el cielo" (Hech. 2: 5). Durante la
dispersión, los judíos habían sido esparcidos por casi todos los lugares del
mundo habitado, y en su destierro habían aprendido a hablar varios idiomas.
Muchos de esos judíos estaban en esa ocasión en Jerusalén, asistiendo a las
festividades religiosas que se celebraban. Toda lengua conocida estaba
representada por la multitud allí reunida.
Esta diversidad de idiomas hubiera sido un gran obstáculo para la proclamación del evangelio; por lo tanto, Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos
por quienes trabajaban.
Esta diversidad de idiomas hubiera sido un gran obstáculo para la proclamación del evangelio; por lo tanto, Dios suplió de una manera milagrosa la deficiencia de los apóstoles. El Espíritu Santo hizo por ellos lo que los discípulos no hubieran podido llevar a cabo en todo el curso de su vida. Ellos podían ahora proclamar las verdades del evangelio extensamente, pues hablaban con corrección los idiomas de aquellos
por quienes trabajaban.
Este don milagroso era una evidencia poderosa para
el mundo de que la comisión de ellos llevaba el sello del cielo. De allí en
adelante, el habla de los discípulos fue pura, sencilla y correcta, ya hablaran
en su idioma nativo o en idioma extranjero.
Los hechos de los apóstoles, pp. 32, 33. 207 RP/EGW
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