Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad, la iniquidad de nuestros padres; porque contra ti hemos pecado. Por amor de tu nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono; acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros. (Jeremías 14: 20, 21).
Asciendan nuestras oraciones a Dios pidiendo su gracia transformadora
que convierte. Deberían celebrarse reuniones en cada iglesia para elevar
oraciones solemnes y realizar una búsqueda sincera de la Palabra para saber qué
es la verdad. Tomen las promesas de Dios, y pídanle con fe ardiente el
derramamiento de su Santo Espíritu. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
nosotros, se obtendrán de la Palabra de Dios toda su esencia y sustancia.
Cuando las iglesias lleguen a ser cuerpos vivos y activos, el Espíritu Santo será enviado en respuesta a su pedido sincero. Entonces la verdad de la Palabra de Dios será considerada con nuevo interés, y explorada como si fuera una revelación directa de los atrios celestiales. Cada declaración de la inspiración con respecto a Cristo se apoderará de lo íntimo de cada creyente que lo ama. Cesarán la envidia, los celos, y las suspicacias.
La Biblia será
considerada como una carta constitucional del cielo. Su estudio absorberá la
mente, y sus verdades serán un festín para el creyente. Las promesas de Dios
ahora repetidas como si nuestro espíritu nunca hubiera gustado su amor,
brillarán entonces sobre el altar del corazón y caerán como palabras ardientes
de los labios de los mensajeros de Dios. Ante la gente suplicarán entonces con
un fervor que no puede ser rechazado. Así, las ventanas de los cielos se
abrirán para dejar caer la lluvia tardía. Los seguidores de Cristo estarán
unidos en amor.
La única forma en que la verdad puede ser presentada al mundo en su
carácter puro y santo, es por lo que dicen creer en ella los exponentes de su
poder. La Biblia requiere que los hijos e hijas de Dios se ubiquen en una
plataforma elevada; porque Dios demanda que representen a Cristo ante el mundo.
Al representarlo, también representan al Padre. La unidad de los creyentes
testifica de su unión con Cristo, y esta comunión es requerida por la luz
acumulada que ahora brilla sobre el sendero de los hijos de Dios. Review and
Herald, 25 de febrero de 1890. 315 RP/EGW/MHP
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