Os
ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis
todos, una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis
perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. (1 Corintios 1: 10).
Todo
aquel que ama la causa de la verdad debiera orar por el derramamiento del
Espíritu. Y en la medida de lo que esté a nuestro alcance, debemos suprimir
todo lo que impida que obre. El Espíritu no podrá nunca ser derramado mientras
los miembros de la iglesia alberguen divergencias y amarguras los unos hacia
los otros. La envidia, los celos, las malas sospechas y las maledicencias son
de Satanás, y cierran eficazmente el camino para que el Espíritu Santo no obre.
No
Hay En Este Mundo Nada Que Sea Tan Caro Para Dios Como Su Iglesia. No hay nada
que él custodie con cuidado más celoso. No hay nada que ofenda tanto a Dios
como un acto que perjudique la influencia de aquellos que le sirven. El llamará
a cuenta a todos aquellos que ayuden a Satanás en su obra de criticar y
desalentar.
Los
que están destituidos de simpatía, ternura y amor, no pueden hacer la obra de
Cristo. Antes que pueda cumplirse la profecía de que el débil será "como
David", y la casa de David "como el ángel de Jehová" (Zac. 12:
8), los hijos de Dios deben poner a un lado todo pensamiento de sospecha con
respecto a sus hermanos. Los corazones deben latir al unísono. Deben
manifestarse mucho más abundantemente la benevolencia cristiana y el amor
fraternal.
Repercuten
en mis oídos las palabras: "Uníos, Uníos". La verdad solemne y
sagrada para este tiempo debe unificar al pueblo de Dios. Debe morir el deseo
de preeminencia. Un tema de emulación debe absorber todos los demás:
"¿Quién Se Asemejará Más A Cristo En Su Carácter? ¿Quién Se Esconderá Más
Completamente En Jesús?
"En
esto es glorificado mi Padre", dice Cristo, "en que llevéis mucho
fruto" (Juan 15: 8). Si hubo alguna vez un lugar donde los creyentes deben
llevar mucho fruto, es en nuestros congresos. En estas reuniones nuestros
actos, nuestras palabras, nuestro espíritu, quedan anotados, y nuestra
influencia es tan abarcante como la eternidad. Joyas de los testimonios, t. 2,
p. 381. 304 RP/EGW/MHP
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