Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay
en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139: 23,
24).
Después
de la ascensión de Cristo, los discípulos se reunieron en un lugar para
presentar humildes súplicas a Dios. Luego de diez días de examinar sus corazones y de autoexamen, el camino
estaba preparado para que el Espíritu Santo entrara en el templo de cada ser
que había sido limpiado y consagrado. Cada corazón estaba lleno del Espíritu, como si Dios deseara mostrar a
su pueblo que era su prerrogativa bendecirlos con las bendiciones más selectas
del cielo.
¿Cuál
fue el resultado? Miles fueron convertidos
en un día. La espada del Espíritu
brillaba a diestra y siniestra. Recientemente afilada con poder, penetraba hasta partir la mente y el
espíritu, las coyunturas y los tuétanos. Fue eliminada la idolatría mezclada en la adoración de la gente. Al reino de Dios se añadían nuevos
territorios. Lugares que habían sido
estériles y desolados, elevaban sus alabanzas. Creyentes reconvertidos, nacidos de nuevo, eran un poder viviente para
Dios. Había en sus bocas un canto nuevo
de alabanza a Dios.
Controlados
por el Espíritu, veían a Cristo en sus hermanos. Un sólo interés prevalecía. Un tema de emulación absorbía todos los
demás, ser como Cristo y hacer las obras de Cristo. El celo ferviente que sentían se expresaba
mediante una solícita ayuda mutua, palabras bondadosas y actos
desinteresados. Todos se esforzaban por
ver quién podía hacer más para extender el reino de Cristo. "Y la multitud
de los que habían creído era de un corazón, y un alma" (Hech. 4: 32).
En los doce discípulos, la levadura de la verdad fue escondida por el gran Maestro. Estos discípulos habían de ser los instrumentos en manos de Dios para revelar la verdad al mundo. Se les dio poder divino, porque un Salvador resucitado sopló sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo". Imbuidos con este Espíritu, salieron para testificar de la verdad. Así Dios desea que sus siervos salgan hoy con el mensaje que les ha dado. Pero hasta que reciban el Espíritu Santo no podrán llevarlo con poder, ni podrán darse cuenta de lo que Dios puede hacer por medio de ellos. Review and Herald, 10 de junio de 1902. 289 RP/EGW/MHP
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