Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en
el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. (Hechos 5: 12).
Cristo ha hecho provisión para que su iglesia sea un cuerpo
transformado e iluminado con la luz del cielo, y para que esté en posesión de
la gloria de Emanuel. Es su propósito que cada cristiano esté rodeado de una
atmósfera espiritual de luz y paz. No hay límite para la utilidad de quien,
poniendo a un lado el yo, deja actuar al Espíritu Santo en el corazón y vive
una vida enteramente consagrada a Dios.
¿Cuál fue el resultado del derramamiento del Espíritu el día de Pentecostés?
Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas hasta
lugares distantes del mundo habitado. Los corazones de los discípulos estaban
sobrecargados con una benevolencia tan plena, tan profunda y de tan largo
alcance, que los impulsó a ir hasta el fin de la tierra testificando:
"Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo" (Gál. 6: 14).
Al proclamar la verdad tal como es en Jesús, los corazones cedían al
poder del mensaje. La iglesia veía grupos de conversos que se acercaban a ella
desde todas direcciones. Los apóstatas eran reconvertidos. Los pecadores se
unían con los cristianos en la búsqueda de la Perla de gran precio.
Los que habían sido los más crueles opositores del evangelio llegaron a
ser sus adalides. Se cumplió la profecía de que los débiles serán "como
David", y la casa de David "como el ángel del Señor". Cada
cristiano veía en su hermano la semejanza divina de amor y bondad. Un interés
prevalecía. Un tema de emulación absorbía a todos los demás. La única ambición
de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de Cristo y trabajar
para el engrandecimiento de su reino.
Noten que el Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos después de haber cesado las luchas por la posición más elevada. Al estar unánimes llegaron a la unidad perfecta. Todas las diferencias habían sido superadas. Después que el Espíritu les fue dado, el testimonio que se tenía de ellos era el mismo. Review and Herald, 30 de abril de 1908. 317 RP/EGW/MHP