Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si rogase por medio de
nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
(2 Corintios 5: 20).
Somos embajadores de Cristo y no debemos vivir para
salvar nuestra reputación, sino para salvar a los que perecen. Debiéramos esforzamos diariamente para mostrarles que pueden
alcanzar la verdad y la justicia.
En lugar de ganarnos la simpatía de los demás
causando la impresión de que no somos apreciados, debemos olvidarnos
enteramente de nuestro yo; y si fallamos
en lograr esto, a causa de la falta de discernimiento espiritual y de piedad
vital, Dios requerirá de nuestras
manos la vida de las personas por quienes debiéramos haber trabajado.
Ha hecho provisión para que cada obrero que esté a su servicio pueda recibir gracia y
sabiduría, a fin de llegar a ser una epístola viviente, conocida y leída por
todos los hombres.
Por medio del acto de velar y la oración podemos
cumplir lo que el Señor se propone que realicemos. Mediante
el cumplimiento fiel y cuidadoso de nuestro deber, velando por los otros como quienes tienen que rendir cuenta,
podemos eliminar las piedras de tropiezo del camino de los demás. Mediante
sinceras advertencias e instancias, con nuestras propias mentes llenas de
tierna solicitud por los que están a punto de perecer, podemos ganar conversos
para Cristo.
Quisiera que todos mis hermanos
y hermanas recordasen que es un asunto muy serio contristar al Espíritu Santo, y él, es contristado cuando el
instrumento humano procura trabajar por sí mismo y rehúsa ponerse al servicio
del Señor, porque la cruz es
demasiado pesada o la abnegación que
debe manifestar es demasiado grande.
El Espíritu Santo procura morar en cada
creyente. Si se le da la bienvenida como
un huésped de honor, quienes lo reciban serán hechos completos en Cristo. La
buena obra comenzada se terminará; los pensamientos santificados, los
afectos celestiales y las acciones como las de Cristo ocuparán el lugar de los sentimientos impuros, los pensamientos
perversos y los actos rebeldes.
El Espíritu Santo es un Maestro divino. Si obedecemos sus lecciones, nos haremos
sabios para salvación. Pero necesitamos proteger adecuadamente
nuestros corazones, porque con demasiada frecuencia olvidamos las instrucciones
celestiales que hemos recibido y procuramos seguir las inclinaciones naturales
de nuestras mentes no consagradas.
Cada uno debe pelear su propia batalla contra el
yo. Aceptad
las enseñanzas del Espíritu Santo. Si lo hacéis, esas enseñanzas serán
repetidas vez tras vez hasta que las impresiones sean claras como si hubieran
sido "grabadas en la roca para siempre".
Consejos sobre la salud, pp.
561, 562. 167 RP/EGW
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