Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la
palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
(Apocalipsis 12:11).
Consideremos la vida y el sufrimiento de nuestro precioso Salvador en
nuestro favor, y recordemos, que si no estamos dispuestos a soportar pruebas,
fatigas, conflictos, y a participar con Cristo en sus sufrimientos, seremos
considerados indignos de ocupar un lugar junto a su trono.
Como en el conflicto con nuestro poderoso enemigo tenemos todo para
ganar, no podemos atrevernos a ceder a sus tentaciones ni por un momento.
Sabemos que con nuestras propias; fuerzas no es posible tener éxito.
Pero Cristo, al humillarse y tomar sobre sí la naturaleza humana, se
familiarizó con nuestras necesidades al soportar las tentaciones más duras que
el hombre alguna vez tuvo que soportar.
Conquistó al enemigo al resistir sus sugerencias a fin de que el hombre
pueda aprender cómo ser un conquistador. Estuvo revestido con un cuerpo como el
nuestro y en todo aspecto sufrió lo que el hombre puede llegar a sufrir, y
mucho más.
Nunca seremos llamados a sufrir como Cristo sufrió porque los pecados,
no de uno sino de todo el mundo, fueron puestos sobre Jesús. El soportó
humillación, vituperio, sufrimientos y muerte, para que al seguir su ejemplo
pudiéramos ser salvos y heredar la vida eterna.
Cristo es nuestro modelo, el perfecto y santo ejemplo que nos ha sido
dado para emularlo. Nunca podremos igualarlo, pero podemos imitarlo y
asemejarnos a él de acuerdo al conocimiento y la relación que con él tengamos,
y a la gracia que él nos haya concedido.
Cuando caemos totalmente impotentes, sufriendo las consecuencias de nuestra concepción de pecaminosidad; cuando nos humillamos ante Dios afligiendo nuestro ser con verdadero arrepentimiento y contrición; cuando le ofrecemos nuestras fervientes oraciones en el nombre de Cristo, seremos bien recibidos por el Padre al entregarle completa y sinceramente nuestra vida. En lo más íntimo de nuestro ser deberíamos darnos cuenta de que todos nuestros esfuerzos son totalmente inútiles por ellos mismos, pues sólo en el nombre y por la fuerza del Conquistador que podremos ser vencedores. Review and Herald, 5 de febrero de 1895. 372 RP/EGW/MHP
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