No que seamos competentes por
nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra
competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes
de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, más
el espíritu vivifica. (2 Corintios 3: 5, 6).
Únicamente los que estén
recibiendo constantemente nueva provisión de gracia, tendrán una fuerza
proporcional a su necesidad diaria y a su capacidad de emplearla.
En vez de esperar algún tiempo
futuro en que, mediante el otorgamiento de un poder espiritual especial sean
milagrosamente hechos idóneos para ganar conversos, cada día se entregan a Dios
para que los haga vasos dignos de ser empleados por él, y que los capacite para
aprovechar las oportunidades de servicio que pone a su alcance.
Diariamente testifican por el
Maestro dondequiera que estén, ora sea en alguna humilde esfera de trabajo, en
el hogar, o en un servicio de utilidad pública.
Para el obrero consagrado es
una maravillosa fuente de consuelo saber que aun Cristo durante su vida
terrenal buscaba a su Padre diariamente en procura de nuevas provisiones de
gracia necesaria; y de esta comunión con Dios salía para fortalecer y bendecir a
otros.
¡Contemplad al Hijo de Dios postrado en oración ante su Padre! Aunque es el Hijo de Dios,
fortalece su fe por la oración, y por la comunión con el cielo acumula en sí
poder para resistir el mal y para ministrar las necesidades de los hombres.
Como Hermano mayor de nuestra
especie, conoce las necesidades de aquellos que, rodeados de flaquezas y
viviendo en un mundo de pecado y de tentación, desean todavía servir a Dios.
Sabe que los mensajeros a
quienes considera dignos de enviar son hombres débiles y expuestos a errar; pero
a todos los que se entregan enteramente a su servicio les promete ayuda divina.
SU PROPIO EJEMPLO es una
garantía de que la súplica ferviente y perseverante a Dios con fe, fe que
induce a depender enteramente de Dios y a consagrarse sin reservas a su obra-
podrá proporcionar a los hombres la ayuda del Espíritu Santo en la batalla contra
el pecado.
Los hechos de los apóstoles. 45, 46. 156
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