Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.
(Mateo 13: 44).
En buena medida, la iglesia de nuestros días se ha conformado con un conocimiento superficial de la revelación, presentada en forma tan clara y sencilla para que pueda ser comprendida, que muchos piensan que ya tienen lo que necesitan y que eso ya les basta. En cambio, cuando el Espíritu Santo actúa sobre la mente, no nos deja permanecer en la indolencia. Despierta en nosotros un ferviente deseo de conocer la verdad no corrompida por el error y las falsas doctrinas. La verdad celestial recompensará al que la busca con diligencia...
El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, "el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo" (Mat. 13: 44). Lo adquiere con el propósito de poderlo trabajar, para labrarlo todo y tomar posesión de sus tesoros. El Espíritu Santo orienta la búsqueda y da la recompensa. Si el explorador encuentra vetas del precioso mineral mientras cava el campo, para calcular el valor que tiene la mina hunde aún más su herramienta y así encuentra nuevos filones del gran tesoro. En las minas de oro que hay en el mundo, los filones no están entrelazados como el precioso metal que hay en la revelación, cuyas vetas conducen a las invalorables riquezas de Cristo.
El Señor quiere que cada uno de sus hijos sea rico en la fe. En esto consiste el fruto de la obra del Espíritu Santo cuando actúa en el corazón. Desde sus profundidades se manifiesta hacia el exterior desarrollando el carácter que Dios aprueba. ¡Qué vasto es el campo donde se encuentran los tesoros de la verdad que Cristo desea sumar al dominio de la fe, de la cual deben apropiarse sus discípulos! Necesitamos una fe mayor si deseamos tener un conocimiento mejor del mundo. El mayor impedimento para recibir la iluminación divina consiste en no depender del poder del Espíritu Santo.- Letter 38, 1896. 108
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