viernes, 12 de octubre de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 13. BONDAD.



Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua. (Proverbios 31: 26). 
En la gran obra de vencer y de subyugar el egoísmo, el Señor está dispuesto a proporcionar ayuda a quien la necesita. Permita que en sus labios esté la ley de la bondad y que su corazón tenga el aceite de la gracia. Esto producirá maravillosos resultados. Llegará a ser tierno, compasivo y cortés. Usted necesita todas estas virtudes. El Espíritu Santo debe ser recibido e incorporado a su carácter. 

Entonces será como fuego santo, cuyo incienso se elevará a Dios, no de labios que condenan, sino como un agente sanador para el creyente. Su semblante será una expresión de la imagen divina. No deberían pronunciarse agudezas hirientes, ni palabras ásperas, severas o de crítica. Esto es fuego extraño, y debe dejarse fuera de las reuniones y del trato con los hermanos. 

Dios requiere que cada creyente encienda su incensario con carbones de fuego santo. Las palabras ordinarias, crueles, severas y duras que tan rápidamente brotan de los labios, deben desecharse para que el Espíritu de Dios pueda hablar por intermedio del agente humano. Si contempla el carácter de Cristo usted será transformado a su semejanza. Únicamente la gracia de Jesús es capaz de cambiar su corazón para que pueda reflejar la imagen de Cristo. Para poder ser semejantes a él, Dios nos invita a ser puros, santos y sin mancha. Debemos tener la imagen divina... 

Podremos hablar de la bendición del Espíritu y hasta orar para recibirlo, pero, a menos que actúe en el hombre, será evidente que ese agente divino no está en su corazón. 

Cuando el Espíritu moldea y prepara el carácter a la semejanza de Cristo, esto será puesto en evidencia en forma inconfundible en cada palabra que se expresa y en todo lo que se hace.  Esta realidad permite demostrar al mundo la diferencia abismal que existe entre los hijos de luz y los hijos de las tinieblas. El Señor desea que en forma inflexible permanezcamos identificados con la fe que una vez fue dada a los santos. Debemos decir la verdad con amor. Nuestro gran Maestro dice: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" 
(Mat. 11: 29, 30). Letter 84, 1899. 84  RP EGW

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 12. DOMINIO PROPIO.


Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. (Daniel 1: 8). 

Haríamos bien en ponderar las lecciones que este texto encierra. Un estricto acatamiento a las exigencias de la Biblia será una bendición para el cuerpo y todo el ser. El fruto del Espíritu no es solamente amor, gozo y paz; también es temperancia (Y Dominio Propio). Por ser templos del Espíritu Santo tenemos el desafío de no contaminar nuestros cuerpos. Los cautivos hebreos fueron hombres con pasiones semejantes a las nuestras; sin embargo, permanecieron firmes en medio de las atractivas influencias de la lujuriosa corte de Babilonia. 

La juventud de nuestro tiempo está rodeada por las seducciones de la gratificación propia. Especialmente en las grandes ciudades, cada expresión de la complacencia sensual se presenta en forma incitante y al alcance de todos. Los que, como Daniel, rehusan contaminarse, cosecharán la recompensa de los hábitos temperantes. Gracias a un mayor vigor físico y su acrecentado poder de resistencia, contarán con una reserva para afrontar situaciones de emergencia. 

Los buenos hábitos físicos contribuyen a la superioridad mental. El poder intelectual, el vigor físico y las expectativas de vida dependen de leyes inmutables. La naturaleza creada por Dios no interfiere para preservar al ser humano de las consecuencias resultantes de la violación de sus exigencias. El que lucha por la victoria debe ser temperante en todo. La claridad de pensamiento y firmeza de propósito de Daniel, su poder para adquirir conocimiento y resistir la tentación, en buena medida fueron logrados por la sencillez de la dieta en conexión con su vida de oración... 

La historia de Daniel y sus valiosos compañeros fue registrada en las páginas de la Palabra divina para beneficio de la juventud de las generaciones posteriores. Mediante el relato de la fidelidad a los principios de salud, Dios comunica su mensaje a jóvenes y señoritas de nuestros días para invitarlos a recoger y exaltar los preciosos rayos de luz que él ha proporcionado en el tema de la temperancia cristiana, y para que se pongan en armonía con las leyes de la salud.- The Youth's Instructor, 9 de julio de 1903. 83  RP EGW

domingo, 23 de septiembre de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 11. TEMPERANCIA.



Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. (1 Corintios 10: 31). 
Dios exige que todos los hombres presenten en sacrificio sus cuerpos impuros, enfermos y debilitados por los hábitos. Espera un sacrificio vivo. Dios dice que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, la habitación de su Espíritu y, por lo tanto, requiere que todos los que llevan su imagen cuiden sus cuerpos para su servicio y para su gloria. "No sois vuestros, -escribió el inspirado apóstol-, habéis sido comprados por precio" (1 Cor. 6: 20). A fin de lograrlo, a la virtud agregue conocimiento, y al conocimiento temperancia, y a la temperancia paciencia. Es un deber saber cómo preservar el cuerpo en las mejores condiciones de salud; y es sagrada la responsabilidad de vivir en armonía con la luz que tan generosamente nos ha sido concedida. 

Si cerramos los ojos a esa iluminación por temor a ver los errores que no estamos dispuestos a abandonar, nuestros pecados aumentarán en lugar de disminuir. Si alguno se aleja de la luz, otro seguirá su ejemplo. Violar las leyes de la salud es tan pecaminoso como quebrantar uno de los 10 mandamientos. Por lo tanto, cualquier transgresión de uno de los diez, igualmente será una violación de toda la ley de Dios. No podemos amar al Señor con todo nuestro corazón, mente, espíritu y fuerzas, en tanto amemos nuestros apetitos y gustos mucho más que al Señor. 

Mientras él exige toda nuestra fuerza y toda nuestra mente, como resultado de sus malos hábitos algunos diariamente debilitan su fortaleza para glorificar a Dios, y sin embargo profesan ser seguidores de Cristo que están preparándose para recibir el toque final de la inmortalidad. Examine cuidadosamente su corazón para ver si está tratando de imitar al Modelo infalible, y todo le saldrá bien. En todo glorifique su nombre. Despójese de todo egoísmo y del amor propio. Testimonies, t. 2, pp. 70, 71. 82 RPEGW 

miércoles, 5 de septiembre de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 10. MANSEDUMBRE.



Con toda humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia los unos a los otros en amor. 
 (Efesios 4: 2).
 Lo invito a mirar al Hombre del Calvario. Contemple al que pusieron en su cabeza una corona de espinas, que cargó sobre sí la vergonzosa cruz y que paso a paso descendió por la senda de la humillación. Mire al varón de dolores, experimentado en quebranto, despreciado y desechado entre los hombres. "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores". "Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isa. 53: 4, 5). 

Contemple el calvario hasta que su corazón se ablande con el maravilloso amor del Hijo de Dios. El no dejó nada sin hacer para que el hombre caído pudiera ser elevado y purificado. ¿Por qué no confesar su nombre? ¿La religión de Cristo degradará al que la abraza? No. De modo alguno será una deshonra seguir los pasos del Hombre del Calvario. Cada día sentémonos a los pies de Cristo para aprender de él, para que en nuestra conducta, conversación, vestimenta y en todo los asuntos que conciernen a la vida podamos manifestar que Jesús reina y gobierna nuestro ser. Dios nos llama para que los redimidos del Señor sigamos sus pisadas y no las del mundo. Hemos de consagrar todo a Dios y confesar su nombre ante los demás. "Y cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mat. 10: 33). 

¿Qué derecho tenemos de profesar que somos cristianos, mientras que con la vida y los hechos negamos al Señor? "El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará" (Mat. 10: 38, 39). Cada día debemos hacer morir al yo para levantar la cruz y seguir las pisadas del Maestro. 

¡Oh, que podamos ser bautizado con el Espíritu Santo y ser investidos de él! De este modo, cada día nos asemejaremos más a la imagen de Cristo, y antes de cada decisión nos preguntaremos: "¿Glorificará a mi Maestro?" Por la continua paciencia en el bienhacer es como buscamos la gloria, el honor y, al final, recibiremos el don de la inmortalidad.- Review and Herald, 10 de mayo de 1892. 81 RP EGW 

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 09. FE.

 

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11: 1). 
Ir a Cristo debe ser un ejercicio de la fe. Si lo incorporamos a los quehaceres diarios, tendremos paz, gozo y por experiencia, conoceremos el significado de sus palabras: "Si guardarais mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (Juan 15: 10). Nuestra fe debe aferrarse a las promesas para que podamos permanecer en el amor de Jesús. Cristo dijo: "Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (Juan 15: 11). 

La fe obra por amor y purifica al creyente. Mediante la fe el Espíritu Santo tiene acceso al corazón y desarrolla la santidad interior. A menos que esté en comunión con Dios mediante el Espíritu, el hombre no puede llegar a ser un agente que haga las obras de Cristo. Seremos preparados para el cielo únicamente mediante la transformación del carácter. Si deseamos tener acceso al Padre, debemos exhibir las credenciales de la justicia de Cristo.

 Participaremos de la naturaleza divina cuando huyamos de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia. Diariamente necesitamos ser transformados por el Espíritu Santo, cuya misión es elevar el gusto, santificar el corazón y ennoblecer al ser entero para que podamos representar la incomparable hermosura de Jesús. Debemos mirar a Cristo y por la contemplación seremos transformados. Tenemos que ir a él como una fuente abierta e inagotable de la que podemos beber una y otra vez, y de la cual disfrutaremos siempre del fresco suministro.

 Necesitamos responder a la atracción de su amor para poder alimentarnos del Pan de vida que descendió del cielo, y beber del Agua de la vida que mana del trono de Dios. Si deseamos que la fe nos una a su solio, mantengámonos mirando hacia arriba. Si miramos hacia abajo, quedaremos atados a la tierra. No examine su fe como sí fuera una flor para saber si tiene raíces. La fe crece imperceptiblemente.
Bible Echo, 15 de febrero de 1893. 80 RP EGW 

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 08. BONDAD.


Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. 
(Mateo 12: 36, 37). 

Dios desea que individualmente adoptemos una posición que le permita hacernos depositarios de su amor. Por considerar que el ser humano es de muchísimo valor, lo redimió mediante el sacrificio de su Hijo unigénito. Por lo tanto, en nuestro prójimo debemos ver a alguien rescatado por la sangre de Cristo. 

Si nos amamos entre nosotros, continuaremos creciendo en amor por Dios y por la verdad. Duele mucho el corazón al ver cuán poco se cultiva el amor en nuestro medio. El amor es una planta de origen celestial, y si deseamos que florezca en nuestros corazones, debemos cultivarlo diariamente. La apacibilidad, la delicadeza, el no dejarse irritar con facilidad, el soportar todas las cosas y el ser paciente constituyen preciosos frutos del árbol del amor. 

Al estar con otros, cuide sus palabras. Que la conversación sea de tal naturaleza que no necesite arrepentirse. "Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención" (Efe. 4: 30). "El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas" (Mat. 12: 35).

 Si usted tiene el amor de Dios en su corazón y ama la verdad, con la fe más santa deseará contribuir al desarrollo de su hermano. Si oye algún comentario que perjudica a un amigo o hermano, no lo fomente; es obra del enemigo. Al que lo exprese, bondadosamente recuérdele que la Palabra de Dios prohibe esa clase de conversación. Debemos vaciar el corazón de todo lo que profane el templo del creyente para que Cristo pueda habitar en él. 

Nuestro Redentor nos ha dicho cómo podemos darlo a conocer al mundo. Si apreciamos al Espíritu, manifestaremos amor por los otros, velaremos por sus intereses, y si, gracias a esos frutos, somos bondadosos, pacientes y perdonadores, el mundo tendrá las evidencias de que somos hijos de Dios. Es la unidad en la iglesia la que nos capacita para ejercer una concienzuda influencia entre los no creyentes y los mundanos.
Review and Herald, 5 de junio de 1888. 79  RP EGW 

sábado, 25 de agosto de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 07. BENIGNIDAD.


Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.  (Gálatas 5: 22, 23).

Si Cristo habita en nosotros, debemos ser cristianos tanto en el hogar cuanto fuera de él.  El que dice ser cristiano expresará palabras bondadosas a sus parientes y a otros con los que también se relaciona.  Será bondadoso, cortés, amable y compasivo, y deseará educarse a fin de poder habitar con la familia celestial.  

Si es miembro de la realeza, procurará representar bien al reino en todo lugar.  Hablará a los niños con amabilidad, ya que ellos también son herederos de Dios y miembros de las cortes celestiales. Entre los hijos del reino no hay lugar para las asperezas, porque "el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (Gál. 5: 22, 23). En la iglesia se manifestará el espíritu que se cultiva en el hogar.  

Oh, debemos educar el carácter para practicar la piedad, la docilidad, la ternura, la compasión y el espíritu perdonador. Al abandonar la vanidad, la conversación insensata y las burlas, no nos hará fríos, antipáticos y antisociales. El Espíritu del Señor descansará sobre usted hasta que adquiera la fragancia de las flores del jardín de Dios.  Debe mantenerse hablando acerca de la luz, y de Cristo, el Sol de Justicia, hasta que en usted se produzca el cambio de gloria en gloria, de un carácter a otro mejor, y de una fortaleza a otra mayor, para reflejar más y más la preciosa imagen de Jesús.  Cuando usted haga esto, el Señor escribirá en los libros del cielo.  "Bien hecho".

El cristiano no debe tener un corazón petrificado, que impida la aproximación de sus semejantes.  Si tenemos un carácter hermoseado por las gracias celestiales, Jesús podrá reflejarse en el comportamiento.  La presencia de Dios debe permanecer en nosotros para que podamos llevar la luz a cualquier lugar adonde vayamos.  Entonces los que entren en contacto con nosotros sabrán que la atmósfera del cielo nos rodea.
Review and Herald, 20 de septiembre de 1892. 78  RPEGW 

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 06. PACIENCIA.

 

Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos, amados, 
de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, 
de mansedumbre, de paciencia. (Colosenses 3: 12). 

El Capitán de nuestro salvación no reclamó para sí ninguna posición honrosa. En cambio, tomó la forma de siervo para que la humanidad pudiera relacionarse con la divinidad. El hombre debe representar a Cristo. Para ello, necesita ser paciente con sus congéneres, perdonador y lleno de un amor semejante al de Cristo. 

El que está verdaderamente convertido manifestará respeto por sus hermanos y estará dispuesto a proceder como el Señor lo ordenó. Jesús dijo: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13: 34, 35). 

El creyente en quien abunda el amor de Dios manifestará tal expresión de ese amor que será comprendido por el mundo... No todo el que habla de Cristo es uno con él. Los que no tienen el Espíritu y la gracia de Jesús no son suyos, no importa lo que profesen. Por sus frutos los conoceréis. Las prácticas y costumbres que siguen los dictados del mundo no promueven los principios de la ley de Dios. Y por no tener el aliento de su Espíritu, tampoco expresan su carácter. La semejanza a Cristo será revelada únicamente por los que se asemejan a la imagen divina. 

Sólo los que son modelados mediante el Espíritu Santo, pueden llegar a ser hacedores de la Palabra. Esta los pone en condiciones de dar a conocer la mente y la voluntad de Dios. En el mundo existe una falsificación del cristianismo genuino. El verdadero espíritu del hombre se da a conocer por el modo como éste se relaciona con su prójimo. Podemos preguntar: ¿Representa el carácter de Cristo en espíritu y en acción, o simplemente es una manifestación natural del carácter egoísta, propio de los que pertenecen al mundo? 

La simple profesión de fe no significa nada para Dios. Antes que sea demasiado tarde para rectificar la conducta equivocada, que cada uno se pregunte: ¿Quién soy yo? Depende de nosotros mismos desarrollar el carácter que nos permita integrar la familia celestial, la realeza de Dios.- Review and Herald, 9 de abril de 1895. 77  RPEGW 

viernes, 17 de agosto de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 05. PAZ.


 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6, 7). 

El Redentor del mundo decidió ofrecerle a sus atribulados discípulos el más poderoso de los consuelos. De una extensa gama de posibilidades, escogió el tema del Espíritu Santo para que inspirara y vivificara sus corazones. Sin embargo, aunque Cristo hizo mucho para darlo a conocer, ¡cuán poco habita en medio de las iglesias! 

Aunque la divina influencia es esencial para la obra del perfeccionamiento del carácter cristiano, muchas veces son ignorados el nombre y la presencia del Espíritu Santo. Algunos no están en paz. No tienen descanso. Están en un estado de irritación permanente, permiten que los dominen sus impulsos y pasiones. 

Nada saben acerca de experimentar la paz y el descanso en Cristo. Al no tener ancla, son como un barco azotado y arrastrado por el viento. En cambio, los que permiten que el Espíritu Santo gobierne sus mentes, proceden con mansedumbre y humildad. Por obrar en cooperación con Cristo serán guardados en completa paz. 

Los que no se dejan guiar por el Espíritu Santo son como las agitadas aguas del océano. El Señor nos ha dado la debida orientación para que podamos conocer su voluntad. Los que tienen su mente centrada en el yo, son autosuficientes. Piensan que no necesitan estudiar la Biblia, y se sienten muy perturbados cuando otros no tienen sus mismas ideas equivocadas e idéntica visión distorsionada. 

En cambio, los que son guiados por el Espíritu Santo afirman el ancla detrás del velo, donde Jesús entró por nosotros. Investigan en las Escrituras con toda seriedad, y buscan la luz y el conocimiento que puedan guiarlos en medio de las perplejidades y peligros que encuentran a cada paso.

 Al contrario, los que son impacientes se quejan y murmuran, leen la Biblia sólo con el propósito de vindicar su propio curso de acción, mientras ignoran y pervierten el consejo de Dios. El que tiene paz es porque puso su voluntad del lado de Dios y quiere seguir la divina orientación.- Signs of the Times, 14 de agosto de 1893. RPEGW

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 04. GOZO.


 Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti. Cantaré a tu nombre, oh Altísimo. (Salmos 9: 1, 2). 
Nosotros debemos tener más fe. Creamos en la salvación. Vayamos a Dios y rindámonos a él con fe, y él nos dará un carácter como el de Cristo. Esto debemos repetirlo a todos una y otra vez. Al estar unidos a Cristo podemos darlo a conocer al mundo. Entonces cesarán todas nuestras vacilaciones y obras hechas por casualidad. Honramos a Dios mostrando una fe firme y una recta confianza. Recordemos que el Señor no es glorificado por la exteriorización de un espíritu displicente e infeliz. Si Dios cuida de las flores y les da perfume y hermosura, ¿Cuánto más nos dará la fragancia de un carácter alegre? ¿Será que no quiere o no puede restaurar en nosotros la imagen divina? 

Tengamos fe en él. Ahora mismo pongámonos en una situación en la que podamos recibir el Espíritu que él nos ofrece. De este modo podremos dar a conocer al mundo lo que hace la verdadera religión en favor del hombre y de la mujer. El gozo de la salvación llenará los corazones, y la paz y la confianza nos hará decir: "Yo sé que mi Redentor vive" (Job 19: 25). El Señor ha manifestado con claridad en su Palabra que su pueblo es gente gozosa. La verdadera fe levanta las manos y las pone sobre Uno que está detrás de las promesas: "Y se multiplicará la paz de tus hijos" (Isa. 54: 13). "He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río" (Isa. 66: 12). 

"He aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, 
y a su pueblo gozo" (Isa. 65: 18). 
En Dios podemos alegrarnos 
"con gozo inefable y glorioso" (1 Ped. 1: 8). 
"Benditas serán en él todas las naciones. 
Lo llamarán bienaventurado" (Sal. 72: 17). 

Esforcémonos para educar a los creyentes a regocijarse en el Señor. 
El gozo espiritual es resultado de una fe activa. El pueblo de Dios ha de estar lleno de fe y del Espíritu Santo. Entonces podrá ser glorificado en ellos.- Bible Training School, 1º de abril de 1905. RPEGW 

lunes, 6 de agosto de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 03. AMOR.


Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. (1 Juan 3:1).

 Juan dijo: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios". Ningún idioma puede expresarle. Hasta cierto punto es posible describir en forma muy imperfecta ese amor que sobrepasa todo conocimiento. 

Se necesitó el idioma de lo alto para poder definir ese amor que hizo posible que llegáramos a ser hijos de Dios. Al hacerse cristiano, el hombre no se rebaja. No tiene por qué avergonzarse de estar relacionado con el Dios viviente. Jesús cargó sobre sí la vergüenza y la humillación que le correspondía sufrir a los pecadores. El es la Majestad del cielo, el Rey de gloria, e igual al Padre. Sin embargo, al vestir su divinidad con la humanidad, su humanidad pudo tocar a la humanidad y su divinidad pudo asirse de la divinidad. 

Si hubiera venido como un ángel, no podría haber participado de nuestros sufrimientos, tampoco podría haber sido tentado en todo como nosotros, ni haber sentido nuestras tristezas. En cambio, al venir vestido de la humanidad, como seguro sustituto del hombre, estuvo en condiciones de vencer, en nuestro lugar, al príncipe de las tinieblas, para que podamos ser victoriosos gracias a sus méritos.

 Bajo la sombra de la cruz del Calvario, la influencia de su amor llena nuestros corazones. Cuando contemplo al que traspasaron mis transgresiones, la inspiración de lo alto viene sobre mí. La misma experiencia puede tener cada uno que dejar actuar al Espíritu Santo. A menos que lo recibamos, nuestro corazón no estará en condiciones de ser depositario del amor divino. 

Pero mediante una conexión viviente con Cristo, recibimos inspiración que nos imparte amor, celo y buena fe. No somos como un trozo de mármol que, aunque puede reflejar la luz del sol, no tiene el don de la vida. Estamos en condiciones de responder a los brillantes rayos del Sol de Justicia gracias a que Cristo ilumina e imparte luz y vida a todo creyente. 

Podemos beber del amor de Cristo del mismo modo como el sarmiento se nutre de la vid. Si estamos injertados en Cristo, y si cada fibra está unida a la Vid viviente, lo evidenciaremos gracias a los abundantes y ricos racimos que produciremos. Review and Herald, 27 de septiembre de 1892. RPEGW MHP

martes, 24 de julio de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 02. EL ARREPENTIMIENTO COMO PRIMER FRUTO.


Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. (Salmos 51: 1, 2). 

El arrepentimiento es uno de los primeros frutos de la gracia salvadora. En sus lecciones al hombre caído, nuestro gran Maestro presenta el poder viviente de su gracia afirmando que, en virtud a ella, el hombre y la mujer pueden experimentar la pureza y la santidad de la nueva vida. Quien viva esta experiencia desarrollará los principios del reino de los cielos. Al enseñar acerca de Dios, conduce a otros a andar por caminos rectos. No llevará al cojo a transitar por senderos de incertidumbre. 

La obra del Espíritu Santo identifica al que es participante de la naturaleza divina. Cada creyente en quien obra el Espíritu de Cristo recibe tan generoso abastecimiento de la rica gracia, que los incrédulos no pueden menos que reconocer que esa persona es controlada y sustentada por el poder divino; esto los inspira a glorificar a Dios. Pese a todas las invitaciones de Cristo, lamentablemente hay personas que continúan manifestando rasgos de impiedad. A ellos Dios les dice:"¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza... Volveos a mi reprensión; he aquí que yo derramaré mi Espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras" (Prov. 1: 22, 23). 

El arrepentimiento del pecado es el primer fruto de la actuación del Espíritu Santo en la vida. Es el único proceso mediante el cual la infinita pureza refleja la imagen de Cristo en sus redimidos. En él habita toda la plenitud. La ciencia que no está en armonía con Jesús es sin valor. El mismo nos enseña a reputar como pérdida todas las cosas por la excelencia del conocimiento de Jesús nuestro Señor. Este conocimiento es la más elevadas de todas las ciencias que el hombre puede alcanzar.- Manuscript 28, 1905. EGWRP MHP

sábado, 21 de julio de 2018

III. FRUCTÍFEROS EN EL ESPÍRITU: 01. FRAGANCIA CELESTIAL.


No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os 
lo dé. (Juan 15: 16). 

Para producir muchos frutos, hay que aprovechar al máximo todo privilegio y oportunidad para desarrollar una mente cada vez más espiritual. El que desea recibir diariamente la ayuda divina debe deponer toda vulgaridad, orgullo y mundanalidad. El que quiera crecer espiritualmente, con el poder del Espíritu Santo debe utilizar todos los recursos que el evangelio le proporciona para ganar en piedad e influencia. Es por medio de las invisibles agencias sobrenaturales como se produce el proceso de desarrollo desde la semilla hasta que el grano madura. 

Antes de la traición y la crucifixión, Jesús consoló a sus discípulos con la promesa del Espíritu Santo; y en la doctrina acerca de este agente de influencia divina, qué riquezas les fueron reveladas, porque esta bendición traería en su estela todas las otras bendiciones. El Espíritu Santo imparte su aliento a los que humildemente confían en Cristo como el autor y el consumador de la fe, para que los frutos que produzcan sean para vida eterna. Habrá fragancia en su influencia, y el nombre de Jesús será música en los oídos, y melodía en su corazón. Aunque no sean capaces de explicar el misterio de esta experiencia, los creyentes tendrán para otros sabor de vida que vivifica. 

Si las nubes los circundan saben que, al clamar al Señor, las tinieblas serán disipadas, y volverán el sosiego y el gozo al templo de su ser. Conocen lo que es tener la revelación del amor perdonador de Dios, una experiencia de paz que está más allá de toda comprensión, que inspira a alabar y, en agradecida adoración, a elevar todo el ser al que los amó y con su sangre los lavó del pecado. Tienen paz mediante Cristo Jesús y gozo en el Santo Espíritu. Al estar en Cristo permanecen abrazados al seno del amor infinito, que los llena de sumisión a su voluntad y les permite atesorar el cielo en sus corazones. Cristianos con estas virtudes producirán muchos frutos para la gloria de Dios e interpretarán correctamente el carácter divino, cuyos atributos serán manifestados al mundo.- Signs of the Times, 3 de abril de 1893. EGWRP MHP 

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 29. VICTORIA PASO A PASO


Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. 
(1 Corintios 9: 26, 27).
 Dios conduce a su pueblo paso a paso. La vida cristiana es una marcha y una batalla. En esta guerra no hay tregua. El esfuerzo debe ser constante y perseverante. Mediante la lucha persistente es como se obtiene la victoria sobre las tentaciones de Satanás. La integridad cristiana se logra buscándola con avidez y con irresistible energía, y se la mantiene en virtud de una definida resolución de propósitos... 
El cristianismo tiene un tema que debe ser enseñado, una ciencia mucho más profunda, amplia y alta que todas las disciplinas humanas y más elevada que el cielo. 
Dadas nuestras inclinaciones, si deseamos servir a Dios, primero la mente debe ser educada, adiestrada y disciplinada. Hay tendencias al mal que tenemos que superar. Algunas han sido heredadas y otras cultivadas. Con frecuencia, hay que descartar la capacitación y la educación de toda una vida si uno desea aprender en la escuela de Cristo. 
El corazón debe ser educado para que esté firme en Dios. Hay que cultivar hábitos de pensamiento que capaciten para resistir la tentación. 
Tenemos que aprender a mirar hacia arriba. Los principios de la Palabra de Dios -tan elevados como los cielos, y que abarcan la eternidad-, deben entenderse e incorporarse a nuestra vida. Cada hecho, cada palabra y cada pensamiento tiene que estar en armonía con ellos.
 Los preciosos dones del Espíritu Santo no se desarrollan en un momento. El valor, la fortaleza, la mansedumbre, la fe y la confianza inconmovible en el poder de Dios para salvar, se adquieren por la experiencia de los años. 
En virtud a una vida de esfuerzos santos y de una firme adhesión a los principios rectos, es como los hijos de Dios sellarán su destino. No tenemos tiempo que perder. No sabemos cuán pronto finalizará el tiempo de gracia. La eternidad se extiende delante de nosotros. El telón está a punto de levantarse. Cristo pronto volverá. Los ángeles de Dios están tratando de sustraernos de nosotros mismos y de las cosas terrenales. No permitamos que trabajen en vano. 8TI 313, 314. EGWRP MHP

martes, 10 de julio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 28. CRECIMIENTO CONTINUO.


Más la senda de los justos es como la luz de la aurora, 
que va en aumento hasta que el día es perfecto. (Proverbios 4: 18).
 A un costo infinito se hizo provisión para que podamos alcanzar la perfección del carácter cristiano. Los que han tenido el privilegio de escuchar la verdad, y, gracias al Espíritu Santo recibieron la impresión de aceptar las Escrituras como la voz de Dios, no tienen excusas por ser pigmeos en la vida religiosa.
 Mediante el ejercicio de las facultades que Dios nos ha dado, diariamente debemos aprender a recibir, sin interrupción, el poder y el fervor espirituales provistos para los verdaderos creyentes. Si deseamos ser plantas crecidas en el huerto del Señor, en verdad necesitamos tener una constante provisión de vida espiritual. Entonces, el desarrollo se producirá en la fe y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. No existen términos medios para desentendernos de nuestra responsabilidad. 

Con el fin de desarrollar un carácter religioso sólido, debemos mantener nuestro avance rumbo al cielo. 
La medida que recibamos del Espíritu Santo estará en proporción a la dimensión de nuestros deseos, a la fe ejercida por ellos, y al uso que hagamos de la luz y del conocimiento que se nos dio. 
El Espíritu Santo será impartido de acuerdo con la capacidad que cada uno desarrolle para recibirlo, y para darlo a conocer a otros. Cristo dijo: "Todo aquel que pide, recibe; y el que busca halla" (Luc. 11:10). 

El que realmente busca la preciosa gracia de Cristo, estará seguro de no ser defraudado. La promesa la hizo Uno que no nos decepcionará. No es una teoría o una máxima religiosa, sino un hecho, como lo es la ley del gobierno divino. Podemos estar seguros de recibir el Espíritu Santo, si individualmente tratamos de experimentarlo al someter a prueba la Palabra de Dios. El es verdad; su orden es perfecto. "El que busca, halla; y al que llama, se le abrirá" (Luc. 11: 10). La luz y la verdad brillarán de acuerdo con nuestro deseo interior. 
¡Oh, que todos seamos hambrientos y sedientos de su justicia, y que podamos ser saciados!
Review and Herald, 5 de mayo de 1896. 
EGW RP MHP

jueves, 5 de julio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 27. SANTIFICADOS, MAS NO SIN PECADO.


Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. 
(1Corintios 1: 30, 31). 

Necesitamos establecer la diferencia entre la santificación falsa y la genuina. La santificación no es meramente profesar y enseñar la Palabra de Dios, sino vivir conforme a su voluntad. Los que creen estar sin pecado, y hacen alarde de su santificación, desconocen el peligro en que se encuentran por confiar en sí mismos.

 Se apoyan en la suposición de que habiendo experimentado una vez el divino poder de la santificación, están libres del riesgo de caer. Creyendo ser ricos, y pensando que no necesitan nada, ignoran que son miserables, pobres, ciegos y desnudos. Sin embargo, los que verdaderamente han sido santificados, tienen un concepto muy claro acerca de su debilidad. Conscientes de su necesidad, acuden a la fuente de gracia y fortaleza que está en Cristo, el único en quien reside toda la plenitud y puede satisfacer sus necesidades. 

Al ser conscientes de sus imperfecciones, buscan la manera de llegar a ser más semejantes a Jesús y de vivir en mayor armonía con los principios de su santa ley. La permanente sensación de incapacidad los conduce a depender enteramente de Dios, quien les permite ejemplificar la obra del Espíritu. Los tesoros del cielo están disponibles para atender las necesidades de todos los que interiormente sienten hambre y sed. 

Los que experimentan esto tienen la certeza de que un día contemplarán las glorias de ese reino que la imaginación apenas ahora puede concebir. Los que ya sintieron el poder santificador de Dios no deben caer en el peligroso error de pensar que están libres del pecado, que ya alcanzaron los niveles más elevados de la perfección, y que, por lo tanto, están fuera del alcance de la tentación. 

La norma de todo creyente debería ser mantener un carácter puro y bondadoso como el de Cristo. Día tras día podrá añadir nuevas bellezas, y reflejar al mundo más y cada vez más la imagen divina.
Bible Echo, 21 de febrero de 1898. EGW RP  MHP 

jueves, 21 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 26. LIBRE DE LA MALDIClÓN DEL PECADO.


Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Romanos 6: 22). 

El Señor quiere que los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran salvación que les es ofrecida tan abundantemente. No han de mirar hacia adelante pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra en favor suyo, pues es ahora cuando se la completa. El creyente no es exhortado a que haga paz con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás podrá hacerlo. Ha de aceptar a Cristo como su paz, pues con Cristo están Dios y la paz. Cristo dio fin al pecado llevando su pesada maldición en su propio cuerpo en el madero, y ha quitado la maldición de todos lo que creen en él como un Salvador personal. 

Pone fin al poder dominante del pecado en el corazón, y la vida y el carácter del creyente testifican de la naturaleza genuina de la gracia de Cristo. A los que le piden, Jesús les imparte el Espíritu Santo, pues es necesario que cada creyente sea liberado de la corrupción, así como de la maldición y condenación de la ley. Mediante la obra del Espíritu Santo, la santificación de la verdad, el creyente llega a ser idóneo para los atrios del cielo, pues Cristo actúa dentro de él y la justicia de Cristo está sobre él. Sin esto, ningún alma tendrá derecho al cielo. 

No disfrutaríamos del cielo a menos que estuviésemos calificados para su santa atmósfera por la influencia del Espíritu y la justicia de Cristo. A fin de ser candidatos para el cielo, debemos hacer frente a los requerimientos de la ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Luc. 10: 27). Sólo podremos hacer esto al aferrarnos por fe de la justicia de Cristo. 

Contemplando a Jesús recibimos en el corazón un principio viviente y que se expande; el Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente progresa de gracia en gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en carácter. Se amolda a la imagen de Cristo hasta que en crecimiento espiritual alcanza la medida de la estatura plena de Cristo Jesús. 
Así Cristo pone fin a la maldición del pecado
 y libera al alma creyente de su acción y afecto. 
Mensajes Selectos Tomo 1. 462, 463.  EGW RP MHP 

sábado, 16 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 25. COOPERAR CON EL ESPÍRITU.

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor. (Filipenses 2: 12).

"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Cor. 5: 17). Nada, a no ser el poder divino, puede regenerar el corazón humano e infundir al creyente el amor de Cristo a fin de que lo manifieste a otros por los cuales él también murió.

El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Cuando Dios convierte a una persona le da nuevas inclinaciones por las cosas morales, y nuevas y poderosas motivaciones para que pueda apreciar lo mismo que Dios ama. Su vida queda asegurada por la dorada cadena de las inmutables promesas de Cristo.

El amor, el regocijo, la paz y una gratitud inexpresable llenarán el ser entero; la expresión del que recibe estas bendiciones será: "Tu benignidad me ha engrandecido" (Sal. 18: 35). Sin embargo, los que sin esfuerzo alguno de su parte esperan ver un cambio mágico en su carácter, sufrirán un chasco. Los que acuden a Cristo, mientras lo contemplen, no tienen razones para temer, ni tampoco motivos para poner en duda su capacidad de salvar hasta lo sumo.

Constantemente deberíamos desconfiar de nuestra vieja naturaleza, que puede reconquistar la supremacía, si el enemigo logra hacernos caer en alguna trampa inventada para que volvamos a ser cautivos suyos. Debemos obrar nuestra propia salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad.

Con nuestro poder limitado tenemos que llegar a ser tan santos en nuestra esfera como Dios lo es en la suya. Según nuestras capacidades, debemos dar a conocer la verdad, el amor y la excelencia del carácter divino. Así como la cera recibe la impresión del sello, el creyente debe registrar la impronta del Espíritu de Dios para retener la imagen de Cristo. Diariamente debemos crecer en amor espiritual.

En nuestros esfuerzos por copiar el Modelo divino podremos tener fracasos frecuentes, y quizá muchas veces tengamos que inclinarnos para llorar a los pies de Cristo a causa de nuestros negligencias y errores. Pero no debemos desanimarnos; necesitamos orar con mayor fervor, creer más, y volver a probar en forma más resuelta con el propósito de poder crecer a la semejanza de nuestro Señor.           Signs of the Times, 26 de diciembre de 1892.  EGW RP MHP


viernes, 15 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 24. HECHOS A SU IMAGEN.


Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Corintios 3:18). 

En su glorificada humanidad Jesús ascendió al cielo para interceder en favor de los agobiados por el pecado y por los que padecen luchas interiores. "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia" (Heb. 4: 15, 16). 

Continuamente deberíamos estar mirando a Jesús, el Autor y el Consumador de la fe. Al contemplarlo seremos transformados a su imagen, y nuestro carácter llegará a ser semejante al suyo. Deberíamos regocijarnos de que el juicio haya sido dado al Hijo, quien, gracias a su humanidad, pudo familiarizarse con todas las dificultades que acosan al ser humano. En la medida que aprendamos en la escuela de Cristo, y al ir asimilando su espíritu y su mente, seremos santificados y llegaremos a ser partícipes de la naturaleza divina. "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" 
(2 Cor. 3: 18).

 Es imposible que uno cambie como resultado de sus propias facultades y esfuerzo. Sólo por el Consolador. el Espíritu Santo, que Jesús prometió enviar al mundo, puede producirse la transformación del carácter a la imagen de Cristo; y al lograrse este cambio, como en un espejo reflejaremos la gloria del Señor. La persona que observa el carácter del que contempla a Jesús ve la misma semejanza como si estuviera viéndolo a él en un espejo. ímperceptiblemente para nosotros, nuestra manera de ser y actuar diariamente es transformada a la imagen del amoroso carácter de Cristo. 

De este modo es como crecemos en Jesús e inconscientemente reflejamos su carácter.  Los cristianos profesos se mantienen muy cerca de los niveles más bajos de la tierra. Sus ojos están acostumbrados a mirar sólo cosas comunes, y sus mentes a reflexionar en lo que los ojos se habitúan a contemplar. Generalmente su experiencia religiosa es superficial e insatisfactoria, y sus palabras son livianas y sin valor. ¿Cómo pueden en esas condiciones reflejar la imagen de Cristo? ¿Cómo podrán difundir los brillantes rayos del Sol de Justicia en los lugares oscuros de la tierra? Ser cristiano es ser semejante a Cristo.
Review and Herald, 28 de abril de 1891. EGW RP MHP 

lunes, 11 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 23. DESCANSO EN ÉL.


Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11: 29). 

Mientras usted anduvo con mansedumbre y humildad de corazón, prosiguió la tarea que sólo Dios podría realizar en su ser. Obró en su espíritu tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. El mayor placer reside en permanecer en Cristo y descansar en su amor. No permita que nada le robe la paz interior, la tranquilidad y la certeza de que ahora mismo usted es aceptado. Aférrese de cada promesa, todas le pertenecen si cumple con las condiciones que el Señor estableció. Someter completamente a Jesús todos sus caminos, es muy sabio; seguir la senda del Señor es el secreto del perfecto descanso en su amor. 

Darle la vida significa mucho más de lo que podemos imaginar. Debemos aprender de su mansedumbre y humildad antes de que podamos darnos cuenta de lo que significa el cumplimiento de la promesa: "Y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11: 29). Como resultado de haber aprendido los hábitos de Jesús, su humildad y su docilidad, cuando se toma el yugo, el yo es transformado y nace entonces la deseo de saber más. No existe nadie que no tenga mucho que aprender. Todos deben ser enseñados por el Maestro. Cuando el creyente se entrega en las manos del Señor, cada obstáculo del carácter heredado o cultivado es eliminado. Así es como llega a ser participante de la naturaleza divina. Sólo cuando muere el yo, Cristo puede vivir en el agente humano. El creyente habita en Cristo, y Jesús en él. 

Cristo desea que todos lleguen a ser estudiantes suyos. Dice: "Acepta mis enseñanzas; rinde a mí todo tu ser. No voy a anularte, sino que quiero desarrollar tu carácter para que estés en condiciones de recibir el pase del nivel primario a una escuela superior.  Somete a mí todas tus cosas. Deja que mi vida, mi paciencia, mi resignación, mi clemencia, mi mansedumbre y mi docilidad puedan ser reproducidas en tu carácter como resultado de habitar en mí y yo en ti. Entonces no sólo recibirás las promesas, sino que también 
"hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11: 29). 
Bible Training School, 1º de agosto de 1903.  EGW RP MHP 

domingo, 10 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 22. COMPLETOS EN ÉL.


Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2: 10). 
Usted no podrá entrar al cielo con ninguna deformidad o imperfección de carácter. Durante el período de prueba de la vida debe recibir la preparación necesaria. Si desea tener acceso a las moradas de la justicia cuando Cristo venga, ahora debe ser objeto de la obra profunda del Espíritu Santo que se hace visible en la experiencia personal. Esto lo hará completo en Cristo, quien es la plenitud de la Divinidad corporalmente. 

En virtud del poder de la justicia de Cristo, podemos abandonar toda iniquidad. Debe haber una conexión viviente entre la criatura y su Redentor. 
El canal de comunicación entre ambos tiene que permanecer continuamente abierto, para que el ser humano pueda crecer en la gracia y el conocimiento de su Señor. 
Sin embargo, cuántos no oran. Sienten que están bajo los efectos de la condenación del pecado, y siguen pensando que no pueden acercarse a Dios, a menos que logren conseguir algún mérito o que él se olvide de sus transgresiones. Dicen: "Como no puedo presentarle manos santas, sin iras ni dudas, todavía no puedo ir". 

De este modo permanecen alejados de Cristo, y, mientras piensan así, están pecando, puesto que sin él nada bueno podemos hacer. El que comete un pecado, inmediatamente debería correr al trono de la gracia para confesarlo a Jesús. Al mismo tiempo, debería llenarse de tristeza, porque el pecado debilita la espiritualidad, aflige a los ángeles celestiales, y lastima y hiere el amante corazón del Redentor. 
Pero cuando con contrición le pida perdón, crea que él ya lo perdonó. No ponga en duda la gracia divina, ni rehuya el bálsamo de su amor infinito. Si un hijo desobedece y realiza algo condenable en contra suya, y luego con tristeza de corazón viene a pedirle perdón, usted sabe perfectamente bien lo que haría. Seguramente lo acercaría a su pecho para garantizarle que su amor no ha cambiado, y que la transgresión está perdonada. 

¿Será que usted es más misericordioso que nuestro Padre que está en los cielos, que dio "a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 16)? 
Usted debería ir a Dios del mismo modo como una criatura acude a sus padres. Pídale perdón a Dios por sus errores, y ore para que por su gracia pueda superar todos sus defectos de carácter. 
Bible Echo, 1º de febrero de 1892. EGW RP MHP

sábado, 9 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU. 21. CONTÉMPLALO A ÉL.


Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, 
porque yo soy Dios, y no hay más. (Isaías 45: 22). 
Con el propósito de cumplir con las exigencias de la ley, la fe debe aferrarse de la justicia de Cristo aceptándola como nuestra justificación. Gracias a la unión con Jesús, por fe, y mediante la aceptación de su justicia, podemos ser calificados para el servicio de Dios, y coparticipar en la obra del Señor. A fin de darle a la justicia eterna el lugar que le corresponde, usted manifestará que no tiene fe si está dispuesto a dejarse arrastrar por las corrientes pecaminosas, y si no quiere cooperar con las agencias celestiales a fin de refrenar la transgresión en su familia o en la iglesia. La fe obra por amor y purifica al ser entero. Por intermedio de la fe, el Espíritu Santo actúa en el interior del corazón para santificarlo; sin embargo, es imposible que pueda cumplir con su ministerio si el agente humano no está dispuesto a obrar con Cristo. 

Únicamente la obra del Espíritu Santo en el corazón nos preparará para el cielo. Si deseamos tener acceso al Padre, la justicia de Cristo debe ser nuestra credencial. Para que podamos obtenerla y ser partícipes de la naturaleza divina, diariamente necesitamos ser transformados por la influencia del Espíritu Santo, cuya misión es elevar el gusto y santificar el corazón a fin de que todo el ser sea ennoblecido. 

Desde tu interior mira a Jesús. "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Nadie está obligado a mirar a Cristo; sin embargo, la voz que invita con gran súplica dice: "Mira y vive". Si contemplamos a Cristo, descubriremos que ese amor no tiene igual, un amor que estuvo dispuesto a tomar el lugar de los pecadores para imputarnos su justicia inmaculada. 

Cuando el transgresor sabe que por causa de la maldición del pecado el Salvador murió por él, al reflexionar en ese acto piadoso, el amor despierta en su corazón. 

El pecador ama a Cristo, porque Cristo lo amó primero. La esencia de la ley es el amor. La persona que se arrepiente sabe que Dios "es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" 
(1 Juan 1: 9). El Espíritu de Dios obra en el corazón del creyente con el fin de capacitarlo para que haga avances de un nivel de obediencia a otro más alto, de una fortaleza a otra más fuerte, y para que ascienda de gracia en gracia en Cristo Jesús. Review and Herald, 1º de noviembre de 1892. EGW RP MHP 

jueves, 7 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU. 20. PERMANECER EN ÉL.


Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. (Juan 15: 4). 
Debemos orar para que se nos imparta el divino Espíritu, que es el único remedio para la enfermedad del pecado. Las verdades de la revelación, sencillas y fáciles de entender, son aceptadas por muchos como algo que satisface lo que es básico y esencial para la vida. Pero cuando el Espíritu Santo actúa sobre la mente, despierta el deseo más intenso por toda la verdad incorruptible. El que realmente desea conocerla, no permanecerá en la ignorancia, ya que la preciosa verdad recompensa al que la busca con diligencia. Necesitamos sentir el poder de conversión de la gracia de Dios. Insto a todos los que se distanciaron de su Espíritu a que destraben la puerta de sus corazones, y supliquen con fervor: Habita en mí. 

¿No deberíamos postrarnos ante el trono de la gracia para que el buen Espíritu de Dios sea derramado sobre nosotros, tal como sucedió con los discípulos? Su presencia ablanda corazones endurecidos y los inunda de alegría y regocijo transformándolos en canales de bendición. El Señor desea que cada uno de sus hijos sea rico de esa fe que es fruto de la actuación del Espíritu Santo en la mente. Además de habitar en cada creyente que desea recibirlo, al impenitente habla palabras de advertencia para mostrarle a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También hace que la luz brille en la mente de los que están deseosos de cooperar con Dios, impartiéndoles eficiencia y sabiduría para realizar su obra.

 El Espíritu Santo jamás deja sin asistencia al que contempla a Jesús. Al que lo busca, le muestra las cosas que son de Cristo. Si sus ojos permanecen fijos en Jesús, la obra del Espíritu Santo no cesa hasta que el creyente es conformado a la imagen del Maestro. En virtud de la bendita influencia del Consolador, los propósitos y el espíritu del pecador cambian hasta llegar a ser uno con Dios. Sus afectos por él aumentan, tiene hambre y sed de su justicia, y, al contemplar a Cristo, es transformado de gloria en gloria y de un carácter a otro mejor, hasta ser más y más semejante al Maestro. Signs of the Times, 27 de septiembre de 1899. EGW RP MHP 


09. “LA SANGRE DE CRISTO Y SU JUSTICIA PURIFICA NUESTRA ADORACIÓN”

Ahora Bien, El Punto Principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la ...