sábado, 16 de junio de 2018

II. TRANSFORMADOS POR EL ESPÍRITU: 25. COOPERAR CON EL ESPÍRITU.

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor. (Filipenses 2: 12).

"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Cor. 5: 17). Nada, a no ser el poder divino, puede regenerar el corazón humano e infundir al creyente el amor de Cristo a fin de que lo manifieste a otros por los cuales él también murió.

El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Cuando Dios convierte a una persona le da nuevas inclinaciones por las cosas morales, y nuevas y poderosas motivaciones para que pueda apreciar lo mismo que Dios ama. Su vida queda asegurada por la dorada cadena de las inmutables promesas de Cristo.

El amor, el regocijo, la paz y una gratitud inexpresable llenarán el ser entero; la expresión del que recibe estas bendiciones será: "Tu benignidad me ha engrandecido" (Sal. 18: 35). Sin embargo, los que sin esfuerzo alguno de su parte esperan ver un cambio mágico en su carácter, sufrirán un chasco. Los que acuden a Cristo, mientras lo contemplen, no tienen razones para temer, ni tampoco motivos para poner en duda su capacidad de salvar hasta lo sumo.

Constantemente deberíamos desconfiar de nuestra vieja naturaleza, que puede reconquistar la supremacía, si el enemigo logra hacernos caer en alguna trampa inventada para que volvamos a ser cautivos suyos. Debemos obrar nuestra propia salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad.

Con nuestro poder limitado tenemos que llegar a ser tan santos en nuestra esfera como Dios lo es en la suya. Según nuestras capacidades, debemos dar a conocer la verdad, el amor y la excelencia del carácter divino. Así como la cera recibe la impresión del sello, el creyente debe registrar la impronta del Espíritu de Dios para retener la imagen de Cristo. Diariamente debemos crecer en amor espiritual.

En nuestros esfuerzos por copiar el Modelo divino podremos tener fracasos frecuentes, y quizá muchas veces tengamos que inclinarnos para llorar a los pies de Cristo a causa de nuestros negligencias y errores. Pero no debemos desanimarnos; necesitamos orar con mayor fervor, creer más, y volver a probar en forma más resuelta con el propósito de poder crecer a la semejanza de nuestro Señor.           Signs of the Times, 26 de diciembre de 1892.  EGW RP MHP


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