Pues
no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que
desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu
Santo. (1Tesalonicenses 4:7,8).
Cuando
el poder del Espíritu Santo se aprecia
y siente en el corazón, se exhibirá
mucho menos el yo, y se revelará
mucho más el sentimiento de hermandad humana.
Nuestra parte no es exhibir el yo, sino
permitir que el
Espíritu Santo obre en nosotros.
De esta manera,
los hombres y las mujeres que se engañan a sí mismos podrían ser rescatados del error.
Todos, grandes o pequeños, si no son convertidos, están en una plataforma común. Los hombres pueden volverse de una doctrina a otra.
Esto se está haciendo, y se lo seguirá haciendo... sin embargo ellos no saben nada del significado de las palabras: "Os daré corazón nuevo" (Ezequiel 36:26).
El aceptar
nuevas teorías, y el unirse a
una iglesia no brinda vida nueva a nadie, aun cuando la iglesia a la que se
una pueda estar
establecida sobre
el verdadero fundamento.
El conectarse con una iglesia no reemplaza a la conversión.
Suscribir
el nombre al credo de una iglesia no tiene valor para nadie, si el corazón no ha cambiado realmente.
Esta es una cuestión seria, y su
significado debe ser captado plenamente.
Los hombres
pueden ser miembros de iglesia, y aparentemente
trabajar con fervor, realizando una
serie de tareas de año en año, y aún permanecer
no convertidos... Pero cuando se recibe la verdad como verdad en el corazón,
pasa por la conciencia, y cautiva el alma con sus principios puros.
Es puesta
en el corazón por el Espíritu Santo, quien revela su belleza a la mente, para que su
poder transformador pueda
advertirse en el carácter...
Con la gran verdad que tenemos el privilegio de recibir, debemos -y, bajo el poder del Espíritu Santo, podemos- llegar a ser canales vivientes de luz.
Entonces
podemos acercarnos al propiciatorio; y al ver
el arco iris de la promesa, arrodillarnos con corazón contrito, y buscar el reino de los cielos con una
vehemencia espiritual que traerá su
propia recompensa.
Lo tomaremos por la fuerza, como lo hizo Jacob.
Entonces
nuestro mensaje será poder de Dios para salvación.
Nuestras suplicas serán llenas de fervor, colmadas del sentimiento de nuestra gran necesidad; y no nos serán negadas.
La verdad será expresada por la vida y el
carácter y los labios tocados con el carbón encendido tomado del altar de Dios.
Cuando esta
experiencia sea nuestra, seremos levantados de nuestro pobre y miserable
yo, que hemos acariciado
tan tiernamente.
Vaciaremos
nuestros corazones del poder corrosivo del egoísmo, y seremos henchidos
de alabanza y gratitud a
Dios.
Magnificaremos al Señor, el Dios de toda gracia, quien ha magnificado a Cristo.
Y El revelará su poder por medio de nosotros, haciéndonos como hoces agudas en el campo de cosecha. Dios llama a su pueblo a revelarlo. -Review and Herald, 14 de febrero de 1899. RJ209/EGW/MHP
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