¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteara al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? (Hebreos 10:29).
Los que resisten al Espíritu de Dios, y provocan su alejamiento, ignoran cuán lejos puede llevarlos Satanás. Cuando el Espíritu Santo se distancia, imperceptiblemente el creyente comienza a hacer las cosas que, por efecto de la luz, una vez consideró pecaminosas. A menos que escuche las advertencias se verá envuelto en una decepción tal, como en el caso de Judas, que lo enceguecerá y hará de él un traidor.
Seguirá paso a paso los pisadas de Satanás.
¿Quién podrá contrarrestar sus propósitos?
¿Podrá un ministro suplicar por él y defenderlo?
Todas sus palabras son como fábulas sin sentido. Al elegir a Satanás como compañero interpreta erróneamente la palabra hablada, y, como resultado, su comprensión es mal orientada por efecto de una luz que no es la verdadera.
Cuando el Espíritu de Dios es agraviado, cada llamamiento que hacen los siervos del Señor no tiene significado para ellos. Cambian el sentido a cada palabra. Se ríen y ponen en ridículo las advertencias más solemnes de las Escrituras. Si no estuvieran hechizados por las agencias satánicas, los haría temblar.
Resulta en vano toda invitación que se les haga. No desean escuchar reproches ni consejos. Desprecian toda súplica del Espíritu. Desobedecen los mandamientos de Dios que una vez vindicaron y exaltaron.
Las palabras del apóstol bien podrían tocar la fibra sensible de esta gente: "¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad" (Gál. 3: 1)? Siguen el consejo de su propio corazón hasta que la verdad ya no tiene ningún sentido para ellos.
Barrabás fue elegido y Cristo rechazado.
Es esencial vivir en armonía con cada palabra de Dios.
De no ser así, la vieja naturaleza se irá reafirmando constantemente.
Es el Espíritu Santo, verdadera gracia redentora, el que unifica a los seguidores de Cristo y los hace uno con Dios. Es el único que puede desalojar la enemistad, la envidia y la incredulidad. Santifica los afectos, restaura la disposición de espíritu y rescata del poder de Satanás a los deseos más íntimos.
Esta es la virtud de la gracia. Es un poder divino. Gracias a su influencia se produce un cambio en los hábitos, las costumbres y las prácticas que, si son acariciadas, separan al hombre de Dios. La obra de la santificación se puede apreciar en el creyente por su progreso y continuo crecimiento.- Review and Herald, 12 de octubre de 1897. 37